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martes, 26 de abril de 2011

HOTELES FORO II - Lo que la evaluación silencia 2

 
LO QUE LA EVALUACIÓN SILENCIA 2 
“Las Servidumbres voluntarias”
 
   
Círculo de Bellas Artes de Madrid
c/ Alcalá 42

¡¡ ATENCIÓN!!  EN JUNIO HAY MUY POCAS PLAZAS HOTELERAS EN EL CENTRO DE MADRID. SE RECOMIENDA HACER RESERVAS CUANTO ANTES.

Hotel Urban*****GL
Carrera de San Jerónimo 34
Tfno.: 91 787 77 70
Desde    295 €
Desayuno Incluido en la mejor oferta posible
<Promoción Foro 2 - Psicoanálisis>
<att. Nuria Alberquilla>


Hotel Villa Real*****GL
Plaza de Las Cortes 10
Tfno: 91 420 37 67
Desde 220 €
Desayuno incluido en la mejor oferta posible
<Promoción Foro 2 - Psicoanálisis>
<att. Nuria Alberquilla>


Hotel Emperador****
c/ Gran Vía 53 (frente sede ELP Madrid)
Tfno: 91 547 28 00
Individual y Doble. Sólo alojamiento:    115 €
Individual. Desayuno Buffet Continental incluido:  125 €
Doble. Desayuno Buffet Continental incluido:  135 €
Acceso gratuito a piscina
<att. Pilar Lanchas>


Hotel Ada Palace****
c/ Gran Vía 2 (frente al Círculo de Bellas Artes)
Tfno: 91 701 19 19
Individual   110€
Doble   120€
Desayuno Incluido
<Promoción Foro 2 - Psicoanálisis>
<att. Sergio Robledo>


María Elena Palace****
c/ de la Aduana 19
Tfno: 91 360 49 30
Individual   110€
Doble   135€
Desayuno Incluido
<Promoción Foro 2 - Psicoanálisis>
<att. Juan Velasco>


Catalonia Gaudí****
c/ Gran Vía 7-9
Tfno: 91 531 22 22
Individual o doble:  106 €
Sólo Alojamiento
(reservar web)


Petit Palace Ducal***
c/ Hortaleza nº 3
Tfno:91 521 10 43
Individual: 99€ 
Doble: 109
Desayuno Incluido
<Promoción congreso psicoanálisis>


Petit Palace Tres Cruces***
c/ Tres Cruces nº 6
Tfno:91 522 33 27
Individual: 99€  
Doble: 109 €
Desayuno Incluido
<Promoción congreso psicoanálisis>


Hotel Asturias**
c/ Sevilla 2
Tfno: 91 429 66 76
Individual   70 €
Doble   80 €
Desayuno Incluido


Hotel Puerta del Sol

c/ Sevilla 4
Tfno: 91 532 90 49
Individual   100 €
Doble   115 €
Desayuno Incluido
<Promoción Foro 2 - Psicoanálisis>
<<att. Gema González>


Hostal Lido*
C/ Echegaray, nº 5
Tfno./Fax : 91 429 62 07
Individual. Alojamiento: 35 €
Doble. Alojamiento: 45 €
Triple. Alojamiento: 60 €
<Promoción Foro 2 - Psicoanálisis>


<IVA NO INCLUIDO EN LOS PRECIOS. >



Alojamiento alrededor de 30€ en el centro de Madrid
(Apartamentos, hostales, B&B…)

(La misma página tiene un enlace para bares y restaurantes)





lunes, 25 de abril de 2011

BOLETIN ON-LINE nº 11

 
 





BOLETÍN ON-LINE
nº 11
II FORO: LO QUE LA EVALUACIÓN SILENCIA
 "Las Servidumbres Voluntarias"
Madrid, Sábado 11 de junio de 2011. Círculo de Bellas Artes
!!!AVISO¡¡¡
Estimados amigos
Por un motivo de seguridad técnica en el servidor de EGRUPOS, se modifica la dirección de envío del formulario de inscripción, que se mandará a olga.monton.al@gmail.com   poniendo en asunto INSCRIPCIÓN y en beneficiario FORO 2. (Todos los inscritos recibirán confirmación)
Debajo tenéis el formulario corregido.
Así mismo para nuevas altas en la lista de correo de "Foro Lacaniano" para recibir el boletín de A-Foro, mandar un correo  olga.monton.al@gmail.com
Saludos
Olga Montón
Podéis visitar nuestro blog: http://loqueevaluacionsilencia.blogspot.com/    
FORMULARIO DE INSCRIPCIÓN
ENVIAR EL SIGUIENTE FORMULARIO A: olga.monton.al@gmail.com
 * NOMBRE Y APELLIDOS
* CIUDAD
* PROFESIÓN
* EMAIL
 CONTRIBUCIÓN: 15 € mediante ingreso o trasferencia en:
LA CAIXA: 2100 – 3359 – 11 – 2100644055
Os animamos a inscribiros ya que el aforo es limitado.

Presentación
Paloma Blanco Díaz  

Tras el breve paréntesis vacacional entramos, con renovada energía, en un nuevo período de A-Foro. Casi hemos atravesado nuestro ecuador y podemos felicitarnos por el nivel de contribuciones, elevado tanto en número como en calidad. Es por ello que vamos a ir cediendo la palabra a nuestros colaboradores cuyos textos sustituirán, en muchas ocasiones, nuestra introducción, para poder dar así cabida a todas las valiosas aportaciones que nos van llegando. En esta ocasión, comenzaremos con un fragmento del texto de Baoudelaire  “ El spleen de París”  o  “Pequeños poemas en prosa” que Julio González ha tenido la amabilidad de remitirnos y que dará un muy oportuno marco a las valiosas colaboraciones que le siguen.
Estimado lector, confío en que el contenido de A-FORO te resulte atractivo y estimulante y te invito a participar también en él tomando la palabra, enviando tus comentarios, reflexiones, observaciones o materiales que consideres de interés en relación al tema que nos ocupa a montblanc@cop.es
Si deseas suscribirte al boletín on-line A-FORO, puedes darte de alta en olga.monton.al@gmail.com
Igualmente quedas invitado a visitar nuestro blog: http://loqueevaluacionsilencia.blogspot.com/ y a hacerte amigo en Facebook de Servidumbres Voluntarias.
¡Buena lectura!

 Cada cual, con su quimera

Bajo un amplio cielo gris, en una vasta llanura polvorienta, sin sendas, ni césped, sin un cardo, sin una ortiga, tropecé con muchos hombres que caminaban encorvados.
Llevaba cada cual, a cuestas, una quimera enorme, tan pesada como un saco de harina o de carbón, o la mochila de un soldado de infantería romana.
Pero el monstruoso animal no era un peso inerte; envolvía y oprimía, por el contrario, al hombre, con sus músculos elásticos y poderosos; prendíase con sus dos vastas garras al pecho de su montura, y su cabeza fabulosa dominaba la frente del hombre, como uno de aquellos cascos horribles con que los guerreros antiguos pretendían aumentar el terror de sus enemigos.
Interrogué a uno de aquellos hombres preguntándole adónde iban de aquel modo. Me contestó que ni él ni los demás lo sabían; pero que, sin duda, iban a alguna parte, ya que les impulsaba una necesidad invencible de andar.
Observación curiosa: ninguno de aquellos viajeros parecía irritado contra el furioso animal, colgado de su cuello y pegado a su espalda; hubiérase dicho que lo consideraban como parte de sí mismos. Tantos rostros fatigados y serios, ninguna desesperación mostraban; bajo la capa esplenética del cielo, hundidos los pies en el polvo de un suelo tan desolado como el cielo mismo, caminaban con la faz resignada de los condenados a esperar siempre.
Y el cortejo pasó junto a mí, y se hundió en la atmósfera del horizonte, por el lugar donde la superficie redondeada del planeta se esquiva a la curiosidad del mirar humano.
Me obstiné unos instantes en querer penetrar el misterio; mas pronto la irresistible indiferencia se dejó caer sobre mí, y me quedó más profundamente agobiado que los otros con sus abrumadoras quimeras.
Charles Baudelaire, “ El spleen de París”  o  “Pequeños poemas en prosa”,  en http://www.elortiba.org/baude.html

AUGURIOS SOBRE LA PSIQUIATRÍA ACTUAL
Gustavo Dessal
Para Freud, el neurótico constituyó el paradigma del hombre moderno. Toda su concepción de la subjetividad, sus mecanismos y el método de aplicación de la cura, provienen del modelo de la neurosis. En 1908, en su texto “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna”, trazó con gran precisión el drama del hombre moderno del siglo XIX y comienzos del XX, al que la civilización obligaba a una dolorosa renuncia en el terreno de sus deseos más íntimos, sin atender a la capacidad que cada individuo puede tener para soportar mejor o peor esta castración. En esa época, Freud percibe con perfecta claridad que la neurosis es la forma en la que el ser se realiza en la modernidad, y que en lo patológico encontramos la norma y no la excepción, puesto que el síntoma es el compañero inseparable de la vida, el único que jamás nos abandona, el que nos impide precipitarnos en una soledad absoluta. Se le cuestionó a Freud el haber extraído sus consideraciones sobre la vida psíquica a partir del sufrimiento de sujetos atormentados por sus síntomas, en lugar de considerarlos como desviaciones enfermizas de la normalidad. Pero Freud se mantuvo inflexible en este punto, aseverando que la normalidad es una construcción imaginaria, una abstracción que cierra los ojos y los oídos a la vida, tal como ella se manifiesta en su verdad humana.
            Para Lacan, el hombre moderno, que anticipó al extremo de dibujarlo en la especificidad con la que actualmente somos capaces de reconocerlo, es alguien que ha perdido el sentido de la tragedia. Esto no significa, por supuesto, que la existencia actual del ser hablante no esté atravesada por la tragedia, ni que la civilización haya alcanzado un estado de bienestar que supera al precedente, ni que el sufrimiento no siga siendo uno de los principales ingredientes de la condición humana. Significa, más bien, que de todo ello el hombre moderno comienza a perder el sentido, es decir, comienza a dejar de leer en el dolor los signos de la verdad. Significa que el hombre moderno ha dejado de concebir una distancia entre su facticidad y las posibilidades de realización de sus sueños, porque la civilización actual no sólo no le exige una renuncia, sino que le inocula la convicción de que la felicidad está al alcance de cualquiera. 
            ¿Qué era, para los antiguos, la tragedia? Era, ante todo, una lección de humildad. Era la aceptación de que el sentido de la vida humana, incluso el de la historia, estaba gobernado por fuerzas que no dependían enteramente de la voluntad ni del empeño del hombre, superado por la acción de un destino que los dioses imponían de modo inevitable. “Conócete a tí mismo”, el célebre imperativo moral que auspiciaba el templo de Delfos, es la fórmula de la sabiduría, que no consistía en otra cosa que estar dispuesto a realizar el destino hasta su final. La grandeza de los griegos, aquellos en los que se fundó la civilización que hoy llega a su ocaso, consistió en saber que el poder del hombre es a la vez infinitamente más pequeño y más grande que su destino.
            Cuán distinto nos resulta hoy en día el mundo, cuando comprobamos que los dioses han huido de los templos, de las fuentes y de las estatuas. El destino, es decir el mensaje del más allá, o sea de aquel Otro lugar que obligaba al hombre de la Antigüedad a interrogarse por la verdad, es actualmente una preocupación vana, un pasatiempo de horóscopos y loterías de rascar. El destino ha sido reemplazado por un presente continuo, en el que sólo se nos invita a no perder la eterna oportunidad de ser dichosos. Porque ya ni siquiera la anatomía es el destino, diríamos hoy en día corrigiendo la convicción de Napoleón Bonaparte, puesto que la anatomía también forma parte de la lista de bienes de consumo ofrecidos al capricho del sujeto.
            Esa es la razón por la que Lacan, a diferencia de Freud, tuvo la intuición de que el nuevo paradigma de la subjetividad debía pensarse en referencia a la psicosis. Todo el esfuerzo de su enseñanza confluye hacia una conclusión final que cuestiona la raíz misma de nuestros principios clínicos y epistémicos. La conclusión es que la esencia del hombre moderno, del hombre que es hijo de la muerte definitiva de toda tradición basada en la creencia, tanto religiosa, como ideológica o política, es la ausencia de pregunta. En el lugar de la pregunta, la respuesta se anticipa bajo la forma de una certeza que cierra la puerta al inconsciente. Quiero dar aquí al término inconsciente una significación al alcance de cualquiera que sea capaz de conservar un mínimo de honestidad en el ejercicio de la vida: el inconsciente es la distancia que existe entre nuestros actos y nuestra comprensión de su sentido. Esa distancia, que en el hombre freudiano constituía el núcleo de su conciencia desdichada y lo impulsaba a rescatar el imperativo délfico en la forma renovada del análisis, está a punto de cerrarse. Es por ese motivo que la psicosis, en singular,  más allá de sus variaciones que pluralizan la forma en que se presentan ante la mirada del clínico, es a partir de ahora el modelo del hombre. Es por ese motivo que el Dr. Lacan, misteriosamente, predijo que la psicosis es la normalidad, es decir, la norma. Porque la normalidad, la normalidad como triunfo absoluto de la cosmovisión que rige la era actual, ya no es como antaño el resultado de una construcción ideológica, sino el producto de una verificación pragmática: el hombre ha dejado de creer en su síntoma, ha dejado de suponer que el síntoma tiene algo que decir. Paradójicamente, y a pesar de que en apariencia el sujeto psicótico habita un universo poblado por toda suerte de extrañas creencias, en el fondo es alguien que no cree en sus síntomas. No cree que sus síntomas encierren la cifra en la cual está atrapado el enigma de su ser. Una de mis pacientes, una parafrénica que ha llevado el desarrollo del delirio a una extensión rizomática, habla de que sus sueños son inducidos, es decir, que no provienen de su inconsciente, sino que son productos ajenos, creaciones que le son inoculadas en su mente por la acción de agentes exteriores. Algo similar a algunas sentencias judiciales americanas, en las que el homicida es exonerado de su acto por considerarse bajo los influjos de algún medicamento o conservante químico de los yogures.
            Pero no es este el punto más importante de la normalidad, de la norma como descrédito de la relación del hombre con su síntoma. Lo más importante es el hecho de que el psiquiatra también se ha convertido en un ser normal, esto es, alguien que ya no cree que el síntoma tenga algo que decir. La imagen del psiquiatra, que compartía con el loco la megalómana pasión de ser un mediador entre las fuerzas del espíritu y los designios de los dioses, ha dado paso a la debilidad  del funcionario que rellena cuestionarios, clasifica la correspondencia entre signos y manuales, y prescribe mecánicamente sustancias que el público demanda. Para la psiquiatría, que actualmente agoniza en el vertedero de los laboratorios, el síntoma sólo tiene que guardar silencio, puesto que así lo manda la norma y lo exigen los usuarios. No quedan lejos en la historia aquellas  horas en las que la psiquiatría no podía concebir sus fines sin una alianza con la filosofía, y sin embargo de ellas nos separan actualmente un verdadero abismo, en cuya sima se consuma el definitivo desvanecimiento de la mirada del psiquiatra, a punto de convertirse en un auténtico iletrado del espíritu. Hablo aquí, por supuesto, de la terrible transformación de una disciplina que se diluye progresivamente en el flujo cientificista de la época, aunque de ningún modo olvido el constante esfuerzo de muchos practicantes por mantener la dignidad de que lo que alguna vez fue el oficio de alienista.
            Desearía que no se oyesen en estas palabras un necia descalificación del inmenso valor de los psicofármacos, y de la imprescindible función que pueden cumplir en el alivio del sufrimiento psíquico. Se trata simplemente de recordar que, como lo afirmara hace muchos años Michel Balint, el médico se receta a sí mismo en la sustancia que indica, lo cual quiere decir que la acción del fármaco es indisociable de la mano que la entrega, así como de la palabra que propicia su confianza.
            “¿Sería capaz de ayudarme?” -escribe Sandor Marai en su novela La hermana, en el momento en que el protagonista y su médico se encuentran. “Eso le pregunté con la mirada. Y él me la sostuvo con seriedad. No me lo aseguraba, pero era un hombre tenaz. Esa mirada iba a decidirlo todo entre nosotros. Porque lo que había dicho -se curará...no suelo mentirle a los pacientes- y lo que podía decir no eran más que palabras, aunque fueran ciertas. Pero lo que podía hacer por mí -inyecciones, rayos X, tratamientos y medicinas-  resultaría inútil y vano si ambos, él y yo, no firmábamos allí, en ese instante, una especie de alianza y de contrato: que él era mi médico y, por tanto, sería capaz de curarme. Los dos sabíamos que todo dependía de eso: las palabras, los medicamentos y las terapias sólo vendrían a continuación”.
            Esa mirada que lo decide todo, ese contrato secreto y mudo del que sin embargo habrá de depender la cura, es el poder que el psicoanálisis descubre en la transferencia. No creer en ella, error que contribuye a la muerte de la psiquiatría casi tanto como su dimisión en beneficio de un biologicismo generalizado, no significa anular su existencia, sino desconocer uno de los principios fundamentales en los que se asienta la acción médica, conocido desde los tiempos en los que la función del médico poseía un carácter sagrado, en el sentido propiamente ético del término.
            ¿Qué augurio cabe, pues, esperar para la psiquiatría de este nuevo milenio? Degradado su saber en los ambiguos postulados de la química y en los recursos paliativos de una psicología reeducativa, el psiquiatra, más que nunca, percibe el peso del aburrimiento y la burocratización en el ejercicio de su praxis, definitivamente divorciada de su antiguo lazo con la sabiduría. Y si ya no habrá de leer en el espejo roto de la locura el reflejo de lo más íntimo del ser, tal como supieron hacerlo sus antecesores, ¿qué le quedará sino el triste papel de intermediario  en un comercio de cifras improbables, usuarios sin nombre y administradores sin alma? 
            Es por esa razón que la psiquiatría, más que nunca, debería reconocer en el psicoanálisis el aliado que podría auxiliarla en  la recuperación de su antigua ciencia.  Se equivoca al considerar que la única alianza terapéutica que resultaría válida es una psicología de animales domésticos, como si lo humano y la naturaleza no estuviesen desde siempre separados.  Parafraseando el título de la colección  recientemente creada por mi colega y amigo el doctor José Eiras, otra psiquiatría es posible. Una psiquiatría que, valiéndose de los indiscutibles servicios con los cuales la psicofarmacopea contribuye  a paliar el sufrimiento subjetivo, no se desentienda de su antiguo compromiso con el misterio de la sinrazón humana, un misterio cuyas oscuridades conviene no iluminar por completo con falsos destellos, si no queremos correr el riesgo de que el delirio de una razón totalitaria nos seduzca para siempre. 

Súbdito por fuera, libertario por dentro
Javier Gomá Lanzón - Babelia 12/03/2011

Apabullado por un exceso de leyes y normas de todo tipo, el ciudadano clama por la libertad en su vida privada

Ahí va un acertijo: "Súbdito por fuera, libertario por dentro, ¿qué es?". Si no lo adivinas, te doy algunas pistas. Hoy el hombre común, el hombre de a pie, se halla siempre fuera de norma. Son tantas las leyes concurrentes y de origen tan diverso que es muy difícil, si no imposible, conocerlas y cumplirlas todas y ni la más escrupulosa de las conciencias puede evitar, siquiera por inadvertencia, contravenir algún artículo perdido de una de esas miles de disposiciones normativas vigentes. Toda clase de normas -circulares, ordenanzas, decretos, reglamentos, leyes ordinarias y orgánicas, directivas- y toda clase de fuentes -municipales, autonómicas, estatales, europeas, internacionales, multiplicadas con concejalías, consejerías, ministerios y agencias independientes- se entrecruzan y solapan en confuso y espeso entramado para caer como una plaga sobre el desavisado ciudadano. Hacer en la propia casa una reforma o una fiesta con música y baile, encender un cigarrillo, comprar una botella de vino, tirar unas pilas a la basura, pasear el perro, ir a pescar o incluso, para quien se le antoje, torear desnudo en la dehesa a la luz de la Luna son comportamientos intensamente regulados por leyes urbanísticas, vecinales, viales, medioambientales y fiscales por razones todas ellas tan atendibles como agobiantes.

¿Y qué decir de las obligaciones tributarias, laborales, sanitarias o administrativas que gravitan sobre el contribuyente de toda condición, desde renovarse periódicamente el pasaporte hasta pasar la ITV del coche antiguo? Y si alguien, en un momento de trance, decide constituir una de esas pequeñas y medianas empresas, muchas veces familiares, que forman el tejido productivo de un país -una mercería, una carnicería, una consulta médica, una peluquería, un taller mecánico-, ha de estar dispuesto a adentrarse en una selva legislativa indomeñable que asfixia su bienintencionado propósito con el requisito de multitud de licencias previas y, una vez en funcionamiento dicha empresa, la vegetación exuberante de preceptos aplicables, si se propusiera observarlos todos al detalle, apenas le dejaría tiempo para ocuparse de las necesidades sustantivas del negocio. Con la consecuencia, en fin, de que como el hombre tiene que vivir y las empresas que producir, aun los más legalistas de esos hombres y de esas empresas acaban incumpliendo alguna de esas infinitas regulaciones que lo reglamentan todo y, por consiguiente, en mayor o menor medida incurren en comportamientos punibles.

Por incuria o por táctica, las autoridades administrativas no aplican siempre las sanciones previstas en el ordenamiento para esas desviaciones toleradas de facto y el resultado práctico es que el ciudadano común es invariablemente un sujeto fuera de norma sobre el que, con arreglo a la ley, pende siempre un justo castigo, lo que, en sentido estricto, le convierte en súbdito a merced de la arbitrariedad de los poderes. Quizá las revoluciones modernas han librado al hombre del deber de rendir homenaje a un príncipe altivo pero nadie le ha exonerado aún de la servidumbre de implorar la benevolencia de las oficinas burocráticas.

El hombre se toma venganza contra esta maraña insoportable que envuelve el espacio público replegándose en su jardín privado, donde por fin se siente libre. Frente al reglamentismo jurídico-burocrático del orden social, la embriaguez de una vida privada refractaria a toda norma en general, ya sea jurídica, ética o estética. En determinado momento de la historia reciente el hombre llegó al siguiente pacto social: de un lado, el monopolio de la violencia legítima se confía al Estado, el cual se reserva la potestad de aprobar leyes vinculantes sobre la exterioridad de la vida y a ejecutarlas coactivamente por medio de su cuadro de funcionarios, una potestad de la que el Estado ha tenido que hacer un uso expansivo en los últimos tiempos por la complejidad inmanente al control y gobierno de una sociedad como la nuestra caracterizada por el ascenso de la masa al escenario de la historia.

Ahora bien, en el ejercicio de estas prerrogativas exorbitantes el Estado debe aceptar -es la otra cláusula del pacto- un límite infranqueable, que es el dibujado por el perímetro de la interioridad de la vida privada, un ámbito donde se le reconoce al yo el derecho inconcuso a elegir sin interferencias el estilo de vida que desea sin necesidad de rendir cuentas a nadie, se diría que ni siquiera a sí mismo, porque el pluralismo relativista producido por el declinar de las ideologías ha liberado a ese yo emotivista del deber de atenerse a reglas éticas universales y ha hecho del fuero interno un lugar libertario sin ley, donde no cabe discriminar entre formas superiores e inferiores de uso de la libertad y todo está permitido mientras no perjudique a tercero.

En suma, normativismo y anomia son los dos rostros, cada uno mirando a un lado opuesto, de ese Jano bifronte que es la cultura contemporánea. Y la consolidación reciente de la democracia de masas no ha hecho más que apuntalar esta tensión no resuelta, porque la coactividad burocrática que ocupa el fuero externo está legitimada por los impecables procedimientos de nuestro Estado de Derecho, fundado en la soberanía popular, mientras que, por su parte, la anarquía moral del fuero interno se halla protegida, al máximo nivel, en la tabla de derechos fundamentales de las constituciones modernas.

Ya he dado suficientes pistas para resolver el acertijo propuesto al principio: "Súbdito por fuera, libertario por dentro, ¿qué es?". Lo has adivinado: somos tú y yo, querido lector, mientras este dualismo anacrónico siga presidiendo la organización de nuestras vidas, divididas absurdamente en dos compartimentos estancos. Al final hemos caído en los dos peligros que, con rara clarividencia, ya avizoró Tocqueville cuando dijo que "la igualdad produce en efecto dos tendencias: la una conduce directamente a los hombres a la independencia y puede empujarlos a la anarquía; la otra les conduce por un camino más largo, más secreto, pero más seguro, hacia la servidumbre".

Bibliografía razonada
Servidumbres voluntarias y libertad involuntaria
Juan Carlos Tazedjián
Por qué será que Galván quiso que un día él entrara al Hospital (1) a ver con sus propios ojos lo que ahí se hacía, y lo invitó a tomar parte de aquella ceremonia. Quizá fue para implicarlo, para introducirlo en la hermandad de esos hombres que se obligaban mutuamente a participar en todas las etapas con el fin de repartir en partes iguales la servidumbre a la que se entregaban. Si ése fue el motivo, se equivocó por completo. El funcionaba de otra manera(…) En todo caso, , él fue el único que continuó siendo libre, por eso le resultó  sencillo evaporarse de aquel mundo para reencarnarse en otro, sin dejar huella en el primero ni llamar la atención en el segundo. Un hombre corriente, desapercibido en el tono simple de la normalidad. ( Gustavo Dessal, “Clandestinidad”. Ed.Interzona. Buenos Aires, 2010)

De la Boetie  habla de la servidumbre voluntaria a la que se entregan los que no están dispuestos a defender su libertad. Pero Gustavo Dessal, con la creación de un personaje que sin duda quedará en la historia de la literatura, da una vuelta de tuerca a esa idea para mostrarnos que los estragos de la libertad involuntaria pueden ser aún mayores. El espíritu del personaje- que ya estaba en Freud y Lacan- se hace carne en una novela  de imprescindible lectura para la propuesta del Foro. No tiene nombre, lo  designa como “él”, pero no es difícil descubrir que se trata de “ello”, la pura pulsión, sin ataduras, libre de los límites que impone el lenguaje, tan lejano y a la vez tan cercano como lo  que llamamos “un hombre normal”.

(1) Nombre, en la novela, de los centros de detención, tortura y exterminio de la última dictadura militar argentina.

miércoles, 20 de abril de 2011

BOLETIN ON-LINE nº 9/10




BOLETÍN ON-LINE 9/10
II FORO: LO QUE LA EVALUACIÓN SILENCIA
 "Las Servidumbres Voluntarias"
Madrid, Sábado 11 de junio de 2011. Círculo de Bellas Artes
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(BENEFICIARIO: FORO 2)
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Presentación
Paloma Blanco Díaz
Con motivo de las vacaciones escolares de Semana Santa hemos preparado un número doble sobre algunos temas relacionados con la infancia y las servidumbres voluntarias.

Sigmund Freud afirmaba que el niño, lejos de ser un sujeto a medias, inocente en su humanidad aun por venir, era el padre del adulto. Es en la más tierna infancia cuando tiene lugar lo que Lacan llamó “la insondable decisión del ser”, aquella que puede hacernos consentir –o no-  al inconsciente; a  que nuestro íntimo, particular y singular modo de satisfacción traspase la frontera del autoerotismo y acepte ser concernido por la alteridad, por los otros. Es en la más tierna infancia cuando el sujeto puede decidir consentir al poder transformador de las palabras, a que el lenguaje introduzca en su vida el más y el menos que romperán para siempre el sueño de cualquier relación con los objetos del mundo y la vida, proporcionada, compensada, equilibrada en su justo punto medio. Es en la más tierna infancia cuando el sujeto elegirá sus modos sexuados de gozar y de relacionarse con el Otro sexo. Es en su más tierna infancia cuando el sujeto elige su sentido de la vida y de la imposibilidad, que definirán su modo de estar enredado con las palabras, el sexo y su condición mortal.

La infancia es el tiempo de constitución del sujeto, no solo como efecto de sus significantes amos, sus barreras, sus defensas, sus interdicciones, sus prohibiciones, todo aquello que puede caracterizar a aquel que emerge en el campo del lenguaje. Sino también, como el ser de goce más íntimo que se juega en el campo de la pulsión. En la infancia se define el porvenir de lo que de la singularidad  no logrará jamás ser integrado por la comunidad.

Los textos que presentamos a continuación ilustran algunas facetas de lo que de estas vicisitudes de la subjetividad infantil se juega en el momento actual, de las argucias del amo contemporáneo para aislar al niño o al adolescente en un goce solitario condenándolo al desaliento de “¿qué voy a esperar de un futuro sin futuro?”

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¡Buena lectura!


“Aportar algo nuevo” (1) sobre las fobias escolares

Philippe Lacadée

(De LE ZAPPEUR Nº 5)

Los libros y novelas recientes de Théodora Dimova Mères (2), de Juli Zeh La fille sans qualités (3), de Catherine Henri Un professeur sentimental y Libres cours, de Carole Diamant École terrain miné, de Jeanne Benameur Présent?, de Daniel Pennac Chagrin d’école, muestran la importancia del vínculo que los adolescentes crean con sus profesores, y que a veces va del miedo hasta el drama. En 2010 la respuesta a la pregunta no se plantea más en los mismos términos que en 1914, cuando Freud escribía que “el comportamiento del niño” depende de lo que pasa en “la habitación del niño”, precisando que, sin embargo, eso no es algo “por lo que deba ser excusado”. En efecto, la autoridad parental de la cual debe lógicamente despegarse el adolescente y el saber que debe transmitirle el padre o su sustituto, el profesor, no están más en el mismo lugar. Esto entraña modalidades de respuesta diferentes y consecuencias inéditas sobre la formación de fobias escolares como nuevos síntomas. Así, el rechazo escolar o la instalación de prácticas de ruptura señalan el fracaso de la función “de punto de apoyo “ del profesor. Encontramos también una manera particular de situarse en el lenguaje que no hace más autoridad como antes. Esto explica las provocaciones lingüísticas, los insultos, los comportamientos irrespetuosos o violentos ligados a lo que llamamos con Catherine Henri “la precariedad lingüística” (4). “La insolencia no es sino una cobertura” (5), contiene una pregunta esencial que espera su respuesta, una verdadera respuesta. Tal es la apuesta de la conversación con profesores de los laboratorios del CIEN, desde 1996 (6).

La verdadera necesidad espontánea de los niños es aprender, decía Hegel, recibir un saber y una cultura que pueda ayudarles a tomar una distancia frente a las sensaciones inmediatas que a veces les conducen a impasses, o a comportamientos irresponsables. Pero actualmente el niño se ha convertido cada vez más en un niño instrumentalizado, un niño cliente, un niño consumidor que accede muy rápido a la noción de propiedad privada (7). De ahí la cuestión: ¿cómo se las arregla este niño moderno con este demasiado de consumo que le impide el acceso al saber, a falta de no sostenerse más en su deseo? Se sostiene sólo de su relación al objeto.

Los deseos del niño son de tal modo solicitados que son transformados en necesidades, en imperativos de goce que responden a la glotonería de su superyó, sin que aprenda o sepa pedir al Otro. Por otra parte, no puede nombrar lo que desea. Quiere todo y rápido, como si supiese directamente lo que querría. El mundo del consumo anticipa los deseos del niño, que son transformados en necesidad de satisfacción inmediata, para gozar de esos objetos plus-de-gozar (a) que no cesan de ser producidos para el niño cliente. Un querer gozar ha venido a instalarse en el lugar de un deseo de saber. Se ha convertido en un consumidor autónomo que se auto-nombra con el nombre de su objeto. Los adultos no pueden mucho allí o no pueden gran cosa. “Hay tal confusión que amar al hijo ha sido reemplazado por amar sus deseos que, de hecho, son necesidades de satisfacción que se expresan como necesidades vitales. Para el niño, las pruebas de amor pasan por la compra de sus objetos”(8). Así, el niño se encuentra reducido al silencio del objeto, que viene a complementar su ser de objeto y donde reina la ausencia del deseo del Otro, ahí donde Freud situaba la presencia del complejo del Nebenmensch, o sea, el complejo del semejante, donde Lacan sitúa muy pronto la dimensión ética del encuentro con el Otro.

La época actual ha impuesto su lenguaje de “la modernidad irónica”, aquel donde el objeto de consumo se ha convertido en más importante que el ideal de transmisión de ciertos valores simbólicos. Nuestra hipótesis es que ese lenguaje uniforme y estandarizado está modificando el uso de la palabra y la dirección al Otro.

El profesor se encuentra pues en un cara a cara inédito con el niño cliente, el niño consumidor, el niño que está habituado a satisfacer sus sensaciones inmediatas conectándose al Otro de la máquina, su consola, su portátil o su game-boy. Está pues más habituado a satisfacer sus necesidades inmediatas consumiendo el objeto y no sabe encontrarse con un Otro portador de un deseo de instruirle y que requiere una pérdida de su posición de goce inmediata y un consentimiento a la presencia de un Otro vector de una mediación humana. El Otro que quiere enseñarle, el Otro que se muestra exigente y deseando algo del niño en el mejor de los casos le inquieta, en el peor le da miedo. Tenemos ahí la fuente de numerosas fobias llamadas escolares o de rechazo a la escuela.

La época ha cambiado en relación a la de Víctor Hugo, aquella en la que él nos decía que el derecho del niño es ser un hombre, y que lo que hace a un hombre es la luz, la instrucción (9). Actualmente, la sociedad mercantil y de consumo ha hecho del niño un niño instrumentalizado por los objetos de consumo que de hecho le consumen más que él los consume. El niño se ha convertido en un cliente de pleno derecho, directamente enganchado con su objeto que no le habla, que no le pide nada, lo que pone a mal al niño à parents tiers, ahí donde los padres o sus  sustitutos que son los profesores podían entrar en función como terceros dotados del don de la palabra, por relación a lo que vive el niño en su cuerpo o en su pensamiento.

El niño moderno no aloja más la verdad “en su alma y en su cuerpo”, sino que más bien aloja su verdad como hermana del goce en el objeto que no le habla pero que goza de él, y de golpe, cuando el ser humano le habla y quiere transmitirle el saber que él mismo ha extraído de su propia existencia, tiene miedo.


TRADUCCIÓN: Gracias Viscasillas
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(1) Miller, J.A., Vers Pipol 4, en Lettre mensuelle.
(2) Dimova Théodora, Mères, Editions des Syrtes, 2006.
(3) Zeh Juli, La fille sans qualités, Actes Sud, 2007.
(4) Henri C., Libres Cours. POL 2010.
(5) Benameur, J., Présent? Denöel, 2006, p.65.
(6) Rossetto J., Jusqu’aux rives du monde. Décembre 2007, Strina Editions, que describe la experiencia del CIEN en el colegio Pierre Sénard de Bobigny.
(7) Pennac Daniel, Ghagrin d’école, Gallimard, p. 287.
(8) Ibid., p. 288.
(9) Ibid., p. 284.


Hacia la mediocridad
Josefa Estepa
“El inconciente en tanto estructura de ficción es un saber como defensa frente a lo real.  Es  la invención de cada uno que hoy esta amenazada por enfoques comportamentalistas, por sistemas de evaluación que tratan de anular la creación y la invención como algo propio de un ser en devenir”. (Rayuela, nº 43).

Esta cita, publicada en la introducción del mencionado boletín digital, me esclarece bastante la situación actual de la educación.

En esta moderna orientación comportamentalista en educación se ofrece una gran cantidad de recursos cómodos que facilitan mucho la tarea diaria: programas, planes, proyectos, cuestionarios que una vez escrutados nos dan las claves de todo lo que queramos saber sin tener que pararnos a escuchar a alguien.

Ya no hay que molestarse en inventar algo para esa dificultad que me surge: tiro del cajón y saco el remedio exacto.

Sin embargo queda totalmente desatendido el sujeto. La subjetividad es poco menos que considerada como un molesto moscardón que descuadra todas las estadísticas, y por tanto lo mejor es darle de lado.
Se nos queda al margen todo lo concerniente a la creatividad y a la invención, porque sencillamente no le damos ni el espacio ni el tiempo que necesita para abrirse. El espacio de la creatividad no puede ser un espacio bajo control, ni el tiempo, un tiempo impuesto.

De esta forma, nos vemos abocados a un nuevo espacio homogéneo, igualador.  Un cajón donde cabe todo, porque ya se cribó y cumple con el criterio medio. Un criterio medio que nos sume en la gris mediocridad donde las diferencias que marca el invento y la creación quedan ausentes. Es el camino hacia la mediocridad, espacio donde habite el individuo medio.



Criar niños exitosos: La ley de hierro

Marcela Errecondo
Esta semana el artículo de un periódico* menciona el suceso que ha producido en los Estados Unidos el libro de Amy Chua, llamado “Himno de la batalla de la madre tigre” –el título ya nos sugiere que la cuestión no es calma y que la ferocidad está en el asunto-. Es una respuesta a lo que los psicoanalistas nombramos como la caída de los significantes amo y la elevación a nuestro horizonte (“socielo” dice J.-A. Miller) del objeto “a”. Esta autora propone volver a la disciplina y a la severidad a ultranza para educar hijos exitosos, como seres superiores, nobles y sabios. Amy Chua, profesora de derecho, intenta mostrar cómo las madres chinas son superiores en lo que respecta a la educación de sus hijos. Para lograr esto ha presentado una serie de premisas (como por ejemplo no dejar que los niños asistan a fiestas o se queden a dormir en casa de los amigos, ni que miren TV, ni la computadora para jugar, etc.), exigiendo notas sobresalientes en sus estudios. “En realidad no tengo tiempo para nada divertido –dijo una de sus hija- porque soy China”, habría que agregar: una China en Estados Unidos. En su método no dudará en poner a los niños bajo presión extrema, ya que “las madres orientales saben que nada resulta divertido hasta que se domina”. Como salta a la vista, es la madre quien goza con este dominio sobre su hijo, verdadero objeto “a” liberado, ya que el éxito al que se hace mención es el éxito del mercado. Señalo al pasar que la autora proveniente de un medio inmigrante que “producía prodigios como las nubes producen lluvia”, tiene hijas mujeres y que en su relato se desprende una cierta crueldad en la manera que tiene de hacerlas obedecer (del estilo de amenazarla con quemarle los animales de peluche si no mejora sus estudios de piano), verdadera ley de hierro como dice Lacan refiriéndose al goce.
Vemos entonces otra manera de hacer un llamado a un nuevo orden moral, en este caso apoyado en la educación cotidiana para que estos jóvenes no caigan en la desorientación de la sociedad norteamericana pero cayendo en una ferocidad superyoica que también es loca en tanto que las prohibiciones e imperativos solamente no lograrán un lugar de reconocimiento para el sujeto. Recordando el artículo de Eric Laurent **, la tendencia a creer en que se necesita multiplicar las prohibiciones y no tener ningún tipo de tolerancia para restaurar un orden firme a partir del temor de la ley como forma de dominar las malas costumbres, está presente de diversas maneras actualmente. Pero el psicoanálisis nos ha enseñado que la instauración de leyes feroces llevan su revés que es un empuje superyoico a la transgresión e incluso a la autodestrucción (la misma Chua relata que su hija se ha cortado el pelo ante el espejo de su habitación como modo de rechazo a lo que su madre le impone). Lo que el psicoanálisis propone entonces es que hay que encontrar una manera en que se pueda autorizar a los sujetos a respetarse a sí mismos para que puedan reconocerse en la civilización. Hay que criar a los niños de una manera que logren apreciarse a sí mismos, que tengan un lugar y que no sean un lugar de desperdicio, nos dice Laurent, sabiendo que en nuestra economía global, no todos podrán inscribirse con una alta calificación, pero que sin embargo se trata de concebir un discurso que pueda alojarlos.
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*Diario Perfil, Sección educación, domingo 13 de Febrero 2011.
**Eric Laurent, “Cómo educar a los niños”, en La Nación. http://www.lanacion.com.ar/edicionimpresa/ssuplementos/revista/nota.aspnota_id=912774

Educación de adultos
Ana Mª Díaz Alarcón
En  mi  experiencia,  la  Educación  de  Adultos  en  Andalucía  se  remonta  al  año  mil  novecientos  ochenta  y  cuatro. Desde  sus  comienzos  he  atendido  a  un  sector  no  instruido  de  la  población  adulta.  Lo  cual  no  es  ser  inculto,  ni  escaso  de  cultura.  Su  bagaje  cultural  lo  ha  ido  adquiriendo  a  lo  largo  de  toda  su  vida. He  captado  estas  impresiones  después  de  muchos  años  dedicada  a  la  enseñanza. Pero  lo  importante  son  los  alumnos,  sus  aportaciones.
           
Con  esta  abundante  experiencia,  llegan  a  las  aulas.  Cada  cual  viene  procedente  de  un  lugar  distinto:  pueblos,  otras  ciudades,  países  extranjeros,  y  de  una  familia  formada  por  ellos  mismos.  Se  incorporan  a  los  grupos  y  aportan  sus  tradiciones,  aprendizajes  y  su  historia  personal. Carecen  de  los  instrumentos  lecto-escritores;  pero  sus  conversaciones  trenzadas  con  palabras  nos  expresan  su  sabiduría;  necesitan  aprender  a  leerlas  y  escribirlas. Les  gusta  participar  de  los  eventos  ciudadanos,  visitas  a  museos,  excursiones,  películas,  edificios  históricos,  jardines…Si  hubiera  que  evaluar  sus  enriquecedoras  experiencias  pondríamos  la  “mejor  calificación”.

El  siglo  XXI  está  transitado  por  personas  que  no  saben  rellenar  un  documento,  leer  una  carta,  ni  un  cartel,  ni  el  nombre  de  una  calle,  y  que  sin  embargo  han  aprendido  otras  culturas  y  “hablan”  otros  idiomas. En  su  juventud,  dejaron  su  país  natal  sin  haber  ido  a  un  colegio;  a  donde  llegaron,  el  país  que  los  acogió,  le  ofreció  impregnarse  de  su  cultura  y  su  habla;  “no  les  fue  la  vida  muy  fácil”.  Pero  lograron  abrirse  camino  y  a  nosotros  nos  aportan  la  voluntad  y  el  tesón. Quedan  un  poco  sin  clasificar,  sin  ajustarse  del  todo  a  lo  estipulado. Continuamente  intentamos  encuadrarlos  con  los  medios  óptimos  en  la  clase  idónea;  constatamos  que  es  una  tarea  nunca  acabada.


Ecovigilantes. Aprendiendo servidumbres voluntarias
Mirta García Iglesias
El 23 de febrero aparecía en la prensa un pequeño artículo dirigido al apartado de Cartas al director, escrito por un padre consternado ante la política educativa aplicada a su hijo de corta edad.

El artículo decía lo siguiente: “Me gustaría saber si es sólo a mí a quien sorprende la ocurrente nueva enseñanza que nuestros hijos reciben en los colegios públicos de Andalucía. Tengo un hijo en primaria, sus amigos son también niños de alrededor de 10 años. Pues bien, el otro día, el pobre venía triste del colegio porque le había tocado ser ecovigilante del recreo. Por si no lo saben, esta es una nueva figura de aprendizaje lectivo que consiste en chivarse a los maestros que están de guardia del niño infractor que tira algo al suelo en el patio durante el necesario expansivo-evasivo recreo. El cargo desde luego no es voluntario, cada día durante el recreo dos niños de cada curso de quinto y sexto de primaria son obligatoriamente ecovigilantes por turnos sucesivos. Mi hijo venía triste porque ese día tuvo que denunciar a uno de sus amigos. Se quejaba de que encima de ser un esbirro obligatorio y de perjudicar a su amigo, también se había perdido el recreo. Convertir a cada ciudadano en un delator en potencia es una auténtica enseñanza ciudadana, esto sí que es ciudadanía”.

Como apunta Étienne de la Boétie en su magistral ensayo sobre la Servidumbre voluntaria, “la naturaleza del hombre es ser libre y querer ser libre, pero fácilmente se acomoda a otra condición cuando la educación le prepara para ello”.(1)

¿Qué valores e ideales se están transmitiendo, cuando se obliga a niños de corta edad a encarnar la figura de la delación, a denunciar a sus propios compañeros?

Vivimos una época de caída de los ideales, si resulta que el niño es forzado a ocupar el papel que tendría que ejercer el maestro y a la vez el profesor renuncia al ejercicio de su autoridad, nos encontramos con que los papeles de los diferentes actores están invertidos. Al renunciar el adulto a ejercer su papel, dimite de su responsabilidad, obligando al niño a su vez a hacerse cargo de actividades propias de los adultos.
¿Están potenciando futuros delatores, o simplemente están tan desorientados que no tienen conciencia de aquello que están inculcando? Tanto lo primero como lo segundo no distan de ser nefastos.
Muy preocupados están por la cada vez más proliferación de actos violentos en las aulas, cuando no tienen en cuenta que con este tipo de políticas están precisamente y paradójicamente propiciando y creando un caldo de cultivo para que se reproduzcan actos violentos, impulsando a los sujetos a posibles actuaciones que tratan de erradicar.

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(1)Étienne de la Boétie. Discurso sobre la servidumbre voluntaria. Editorial Tecnos. Madrid 2010.