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lunes, 9 de mayo de 2011

BOLETIN ON-LINE Nº 14


BOLETÍN ON-LINE nº 14
II FORO: LO QUE LA EVALUACIÓN SILENCIA
 "Las Servidumbres Voluntarias"
Madrid, Sábado 11 de junio de 2011. Círculo de Bellas Artes
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Olga Montón
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LA CAIXA: 2100 – 3359 – 11 – 2100644055
Os animamos a inscribiros ya que el aforo es limitado.

Presentación
Paloma Blanco Díaz
A-Forismo: La evaluación silencia la diferencia absoluta que cifra de la singularidad del sujeto,  esa magnitud sin medida inabordable por la cuantificación.
Estimado lector, confío en que el contenido de A-FORO te resulte atractivo y estimulante y te invito a participar también en él tomando la palabra, enviando tus comentarios, reflexiones, observaciones o materiales que consideres de interés en relación al tema que nos ocupa a montblanc@cop.es
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¡Buena lectura!

La diferencia absoluta
Juan Carlos Tazedjián
En un dossier sobre los 35 años del golpe militar en Argentina, aparecido en el periódico Página 12 de hoy, el columnista Pablo Feimann, publica un artículo al que titula La negatividad absoluta, del que extraigo el siguiente párrafo:

“Los números de muertos serán distintos. Pero, ¿desde cuándo importan las estadísticas cuando hablamos de seres humanos? Un secretario de Cultura que puso la actual administración de la Ciudad de Buenos Aires dijo la siguiente atrocidad: “En Europa diez mil muertos no son nada”. Esa cifra le había destinado a los desaparecidos de la Argentina, la comparaba con las de los judíos, las de los armenios, las de los camboyanos y concluía: ¿qué son diez mil muertos? ¿Qué es un muerto? Para el que muere es todo. Es la negatividad absoluta. No hay que transformar la vida en una estadística. Cada ser que muere es un absoluto. De ahí esa notable reflexión: no mataron seis millones de judíos. Mataron a uno seis millones de veces. No mataron treinta mil argentinos (todos inocentes, ya que ninguno fue juzgado): mataron a uno treinta mil veces.”

Toda evaluación- casi siempre apoyada en estadísticas- silencia el uno  por uno, el cada uno con su diferencia absoluta. Y la famosa Ley de Obediencia Debida, por la que no sólo no se indultó sino que ni siquiera se juzgó  a miles de torturadores y asesinos, silenció la servidumbre voluntaria a la que cada uno de ellos se sometió. “Obediencia”, otro de los nombres de esa esclavitud.


Paradojas de la “gestión” de la Salud Mental

Miquel Bassols

“Gestión”: este es el término que se ha ido extendiendo subrepticiamente desde el mundo empresarial a los ámbitos más diversos de la vida cotidiana. Se habla de gestión de los recursos, de gestión de proyectos, pero también de gestión del conocimiento, de gestión del ambiente y de la cultura, de gestión de la vida familiar. Igualmente se utiliza la expresión “gestión clínica y sanitaria” para designar la acción en las políticas de la salud. Y también se escuchan cada vez más expresiones como la “gestión psicológica de la angustia”, “gestión de la vida sexual”, de las relaciones interpersonales… Decididamente, “gestión” es hoy uno de los significantes-amo de nuestra realidad, el significante que gobierna la política que interpreta y a la vez produce la significación de esa realidad. “Gestión” es el significante de lo que debe andar y funcionar según la norma más o menos estadística, la norma con la que se interpreta lo “normal” y que reduce así la singularidad de cada sujeto a la medida que se aparta de ella. La política reducida a la gestión necesita, como si fuera su mejor instrumento, la lógica de la evaluación continuada para justificar su eficacia. Pero la evaluación no es, en realidad, un instrumento, un método de aspecto más o menos científico al servicio de la política reducida a la gestión, sino su ideología más espontánea, tan espontánea que se da por sentada su validez en un acuerdo tácito entre políticos y asesores expertos. La pareja gestión – evaluación se ha convertido así en el recurso mayor frente a los impasses que lo real del síntoma presenta al discurso del Amo.
Este recurso se hace especialmente acuciante y sintomático cuando se trata del ámbito de actuación en las políticas de Salud Mental: cuanto más se “gestionan” recursos y personas en pie de igualdad, más el síntoma se hace escurridizo en su singularidad.
Así nos lo muestra de manera tan franca como opaca a esta lógica el documento publicado el año 2007 por el Ministerio de Salud español, titulado Estrategia en Salud Mental del Sistema Nacional de Salud. El documento traza un recorrido de las políticas de salud mental en España desde 1985, momento en que se elaboró el Informe de la Comisión Ministerial para la Reforma Psiquiátrica, para marcar después las directrices actuales a seguir en el marco europeo.
Sorprende en primer lugar que la autoridad del documento diga sostenerse en una supuesta “unanimidad” de las opiniones de los diferentes sectores y orientaciones implicados en los programas de Salud Mental: “Unanimidad, evaluación y realismo (…) La fuerza de este planteamiento no está en su parte técnica o científica, que también, sino sobre todo en la autoridad que le confiere reflejar una opinión unánimemente compartida. La psiquiatría y la psicología, antaño lastradas por la especulación y la ideología, son ahora materias que basan  sus planteamientos en la experiencia y en el método científico” (p. 18). A decir verdad, en este campo hay de todo menos unanimidad, empezando por la propia consideración epistemológica de calificar de científica a la psiquiatría y la psicología actuales, siguiendo por las concepciones clínicas tratadas (sobre la esquizofrenia, los estados depresivos o sobre la misma angustia) y terminando por  los modos propuestos para su tratamiento . Digámoslo sin reparos: es precisamente la falta de unanimidad, la diversidad de orientaciones y perspectivas, lo que hace más productiva y finalmente más democrática la realidad de un campo en el que no hay posibilidad de homogenización ni de perspectiva única. Y es resguardando la posibilidad de esta diversidad, especialmente de la diversidad de tratamientos, como se resguarda a la vez el derecho permanente del sujeto a la elección.
¿Cómo podría haber unanimidad, por ejemplo, ante el supuesto ideológico tan gigantesco implicado en el siguiente enunciado cuando es planteado como principio de una política: “Hay datos que revelan una relación estrecha entre el capital social de una comunidad y la salud mental de sus miembros” (p. 20)? La referencia a la recogida empírica  de esos “datos” como argumento de cientificidad parecerá pura ironía a un pensamiento mínimamente crítico. Hay quien podría sostener incluso la relación inversa entre estas dos nociones, imposibles de cuantificar por otra parte: a mayor “capital” libidinal acumulado por el sujeto, mayor trastorno y segregación se produce en su vínculo con el Otro social. Un caso de paranoia podría demostrarnos, sin lugar a dudas, tanta verdad científica en esta correlación como en la anterior.
La metáfora económica del “capital social” como signo de buena salud lleva, en efecto, a paradojas insolubles en la defensa ideológica de la “gestión y evaluación de la salud mental”. Entre ellas, la que tiene el mayor interés clínico desde el psicoanálisis: cuanto más se “gestionan” recursos y personas con el criterio prioritario de la eficacia a corto plazo, más el síntoma se hace escurridizo en su singularidad, más retorna de manera insidiosa como segregado por el sistema, más este retorno repetido exige al sistema nuevos recursos. De hecho, el documento mismo no deja de señalar esta paradoja cuando da cuenta de la inflación de recursos cada vez mayor que debe soportar el sistema, denunciando de hecho lo mismo que promueve: “El gasto sanitario ha crecido de forma importante en las últimas décadas. Con el fin de controlarlo, las Administraciones sanitarias han adoptado criterios de gestión empresarial y de mercado, con el riesgo de anteponer la economía a cualquier otra consideración” (p. 30).
Hay que recurrir entonces a otros principios y valores que los económicos,  a otras variables que la eficacia y la rentabilidad a corto plazo. ¿Cuáles? Los que la propia ideología de la evaluación promueve como signos de salud mental. La llamada “resiliencia” en primer lugar (p. 75), término técnico con el que hoy se designa el fin último de una terapéutica que promueva esa idea de salud, lo que hace unas décadas se definía de manera más simple como fin de las terapias de modificación de la conducta y que llegó también a una versión degradada del psicoanálisis: adaptación a la realidad. Pero el movimiento circular de la paradoja de la gestión y la evaluación de la salud mental encuentra de nuevo su significación economicista a la hora de justificar su promoción: “La salud mental es un valor por sí mismo: contribuye a la salud general, al bienestar individual y colectivo y a la calidad de vida; contribuye a la sociedad y a la economía incrementando el mejor funcionamiento social, la productividad y el capital social” (p. 74). Es lo que se da en llamar “salud mental positiva” para distinguirla, en una nueva perspectiva, de la que se centraría en el mero tratamiento de los “trastornos mentales”.
En esta nueva perspectiva, la salud, y especialmente la que se califica de mental, no es ya el “silencio de los órganos” con las que el clasicismo de un Claude Bernard la definió, sino un claro objeto de mercado, un plus que, como indicaba Jacques Lacan a propósito de la felicidad, se ha convertido en factor de la política.
Notas:

[1] Para dar sólo una referencia, de corte tan “científico” como las que se incluyen en el documento, ver: Germán Berríos, Psicopatología descriptiva. Nuevas tendencias, Ed. Trotta, Madrid 2000, así como las recientes críticas de este autor a los métodos de la Evidence Based Medicine.

¿Muy…,  Bastante…, Poco…,  Nada…?
Iñaki Viar
Hace unos días acudí a un taller mecánico para reparar  una pequeña avería en mi coche. Me la arreglaron, pagué y me fui.  Estaba yo contento por haber resuelto ese ligero contratiempo cuando recibí una llamada telefónica
“¿Es usted el Sr. Iñaki Viar?”.  Contesté afirmativamente.
 “¿Tendría la amabilidad de responder a unas preguntas? Se trata de una encuesta sobre el arreglo de su coche, con el fin de mejorar el servicio”. De acuerdo también. Y ahí empezaron las preguntas de la encuesta:
“¿Respecto al tiempo empleado para el arreglo está usted: muy satisfecho, bastante satisfecho, poco satisfecho, nada satisfecho? Contésteme con una de las opciones que le planteo”.
Contesté que “muy satisfecho”. Y siguieron más preguntas sobre el resultado, las explicaciones, la atención, etc. Tras cada pregunta la voz me repetía las cuatro opciones: Muy… Bastante… Poco… Nada…
Por abreviar el tedio, y sin mayores objeciones sobre el objeto de la llamada, para acabar cuanto antes  contesté mecánicamente la primera respuesta: “Que muy…”
La voz añadió unas precisiones sobre que mis respuestas se mantendrían anónimas y nos se haría ningún otro uso de las mismas. A lo que contesté, ya algo hastiado, que me daba igual el uso que hicieran de ellas.
Por fin acabada la conversación, me pregunté -esta vez yo mismo- por la razón de mi desagrado. Caí en la cuenta de que no había sido una conversación, que solo había podido responder con sus respuestas, como un loro, y que no había podido añadir ninguna otra cosa que se me ocurriera. Como, por ejemplo, que me había parecido algo caro el arreglo. Y, para rematarlo, aquella insinuación sobre el anonimato y el uso de mis repuestas… como si hubiese lugar a que uno  respondiera algo indebido.
Lo que me desagradaba es que habían obtenido mi consentimiento para el procedimiento. En nombre de grandes ideales de Buen Servicio, Eficiencia, Colaboración… en nombre, pretendidamente, de la Ciencia. Si te niegas a participar  es como si fueras en contra de todo ello. Uno es tomado por sorpresa y para cuando se percata ya está evaluado como consumidor. O ha colaborado en la evaluación de otros: del taller mecánico, del propio encuestador telefónico, etc.  Pues bien, yo ya era un ser evaluado; pertenecería en adelante al conjunto de seres evaluados.
Es éste el paradigma de la evaluación. Aplicación de la matemática a la subjetividad, cuantificación del vínculo social, tal es su pretensión. Para ello imprescindible es el consentimiento. “La sumisión es consentida” escribió Étienne de la Boétie. Es lo que le da la apariencia de legitimidad, 
Si bien parece una anécdota trivial que sucede a las personas todos los días, no hay más que trasladarla a los múltiples lugares donde se reproduce: trabajadores y empleados en sus empresas, usuarios y profesionales de diversos servicios, para constatar el alcance social de sus efectos. En mi caso se trataba de una empresa privada, pero si es el poder político, el Estado a través de sus diversas agencias,  quien nos encuesta, entonces estamos ya en el procedimiento evaluador que se extiende a lo largo y ancho de nuestra sociedad.
Esa reducción a la cantidad es una apisonadora de los sujetos, de sus historias, de los vínculos sociales. Todo se reduce, se aplana. El enemigo es la singularidad. Lo inaceptable es lo particular. La evaluación propone cuantificación contra enunciación. Cuenta todo para descontar al sujeto. Que solamente le queden las palabras del Otro.
Es una cuestión de masas. De masas medidas y pesadas, utilizables en la ingeniería social, cuyo máximo enemigo es el deseo. Y es que el deseo fastidia los parámetros con cuyo manejo la burocracia aspira a perpetuarse para, sobre todo, seguir evaluando. La evaluación crea la necesidad de más evaluación. Es altamente adictiva. Por tanto un fin en sí misma. Repetición infinita, goce del evaluador y del sumiso evaluado. Pero siempre en nombre de ideales propuestos por los medios de comunicación y los políticos como el Bien Común. Como si extrajeran el máximo común divisor de los ciudadanos y así obtuvieran la definición de sus deseos. Lo que sí es cierto es que la evaluación divide al sujeto ciudadano. Le empuja a la renuncia de su modo propio, desprecia su juicio íntimo que queda aprisionado por las cadenas de  ítems.
Dice Jacques-Alain Miller, en “Desea usted ser evaluado”, que “la evaluación significa conectar el goce único, goce siempre solitario y autista del sujeto con el Otro, el gran Otro, el Otro universal del significante que es el lugar donde se realiza el ciframiento”.
Una pesadilla orwelliana se dibuja en el horizonte social y político: el Big Brother sabe muy bien lo que te conviene. Lo tiene todo medido, pesado, calculado. Es el ciudadano que no acepta someterse el que se hace daño a sí mismo. El asocial que no quiere el bien para todos. Mal asunto para él. Deberá, quizá  el poder salvarlo de sí mismo. Esta perspectiva totalitaria es frecuente en la literatura de ciencia ficción. Es la sugerida por el avance científico que destila su ideología fundamentalista de que la ciencia es el único camino para un futuro mejor. Es la atribución a la ciencia y a la técnica de ese poder único para proporcionarnos la felicidad lo que desprende ese aire siniestro que refleja esa literatura.  La evaluación también es hija del cientifismo. Nos ofrece contabilizar el goce a cambio de nuestra libertad de elegir. No entiende la clase evaluadora que la libertad de elegir es nuestra responsabilidad en la clínica. Jamás entenderían el consejo freudiano de recibir al paciente como si fuera el primero.
En el psicoanálisis lacaniano tenemos ya un recorrido importante en la lucha contra la utilización indebida de las técnicas evaluadoras. Nuestra fuerza reside en que tratamos a los pacientes como únicos. Y no los comparamos. En que nunca abdicaremos de nuestro propio juicio, de nuestro criterio responsable. Cada uno en su lugar. Habrá que ceder, a veces, a los imperativos administrativos. Necesitamos una táctica política: ellos tienen el poder. Pero tenemos que mostrar nuestro rechazo, hacer prevalecer el discurso analítico sobre las vacuas generalidades y la estulticia de quienes nos propongan: “¿muy…bastante…poco…nada…?”.

Actualidad de La Boétie o una nueva forma de la tiranía: la gestión de la calidad
Jesús Sebastián
1. La utilidad, la necesidad y la importancia de determinados procedimientos de verificación aplicados a los procesos de fabricación y producción, o al producto acabado, en el campo de la industria y en otros campos de la actividad humana, está fuera de duda. Por ejemplo, las determinaciones analíticas de microbiología, de materiales inorgánicos, etc., en los procesos de elaboración de determinados alimentos, son procedimientos imprescindibles para su viabilidad. Si se añade a esto el establecimiento de mecanismos de control que aseguren la aplicación regular de estos procedimientos, estamos describiendo un aspecto del control de la calidad aplicada a la industria de la alimentación.
Estos procedimientos pueden funcionar como control de la calidad del producto o de su proceso de producción, lo que no es en absoluto lo mismo. De hecho, solapar o escamotear esta diferencia entre producto y proceso de producción, es una manera frecuente de presentar las certificaciones de calidad.
La metodología de esos procedimientos de determinación microbiológica, pueden aplicarse sin problemas, por ejemplo, al control de la asepsia de un quirófano o del material quirúrgico de un hospital, pero si intentamos su aplicación a determinados ámbitos de la práctica sociosanitaria o educativa, resulta sencillamente imposible y, cuando se fuerza esta aplicación, el resultado es la impostura y el fraude. Un fraude descarado, conocido y consentido.
Porque, ¿cuál es el índice que, equivalente a ese que proporciona el análisis microbiológico, podríamos establecer para verificar qué, en la intervención de un psicólogo o un logopeda, en un servicio de atención a la infancia? En la práctica psicoanalítica tenemos alguna idea del espesor de la tarea y de su dificultad.

2. El forzamiento en la aplicación de la metodología propia del discurso del control de la calidad y sus certificaciones, a determinados procedimientos y metodologías de la intervención social, sanitaria y educativa intenta evitar esa imposibilidad y esa dificultad, esquivarla, trampearla. Desde el primer paso, que sería tratar la dificultad misma de establecer un punto de partida que aporte criterios y estándares para la evaluación.
Esta impostura tiene varias vertientes:
- Una primera, a la que ya hemos aludido, consiste en no explicitar y detallar claramente qué se certifica. En el campo de la intervención sociosanitaria, es frecuente que las acreditaciones o certificaciones de calidad se refieran exclusivamente a un procedimiento administrativo, o a una parte de un procedimiento administrativo, que además puede ser poco relevante en relación al objetivo o tarea asistencial de la organización. Pero las organizaciones y entidades que las ostentan no explicitan este detalle y las hacen valer como certificaciones que interesan a toda la actividad que desarrolla dicha organización. Este uso de las certificaciones de calidad está generalizado y consentido tanto por las agencias evaluadoras y certificadoras, como por las autoridades implicadas en cada sector de actividad.
- Una segunda faceta de esta impostura se produce cuando esas certificaciones o acreditaciones funcionan, precisamente, evitando y esquivando la reflexión sobre la práctica que se realiza en dichas organizaciones: ¿qué hacen y cómo lo hacen, con cada uno de los sujetos que atienden? La certificación viene a ahorrar el esfuerzo de la exposición sistemática o del testimonio de su práctica, de cada profesional y con cada uno de los sujetos atendidos, caso por caso.
- Un tercer aspecto del fraude funciona cuando el discurso de la gestión de la calidad consigue sustituir, suplantar y relegar, en las organizaciones y en las empresas, el discurso propio de la lucha por las condiciones laborales y salariales. Este aspecto, impresionante por la participación y complicidad que supone de las organizaciones sindicales, está muy bien localizado y exhaustivamente tratado por un investigador del Centro de Investigación Socio-Técnica (CISOT) de Barcelona, organismo que forma parte del Centro de Investigaciones Estratégicas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT), del Ministerio de Ciencia e Innovación. Joaquín Navajas en su tesis doctoral presentada en 2003 en la Unidad de Psicología Social del Departamento de Psicología de la Salud y de Psicología Social de la Universidad Autónoma de Barcelona, analiza el proceso de instalación del discurso de la gestión de la calidad, “que inunda todos los poros de la vida social” como “un proceso de colonización de la subjetividad (1)”. Orienta su investigación a establecer una genealogía de este discurso, localizando y desvelando cómo el discurso de la gestión de la calidad promueve la emergencia y circulación de determinados significados del término calidad pero esconde y oculta arbitrariamente otros.
Este investigador define estos procedimientos de evaluación, que tienen lugar en las organizaciones bajo el rótulo de gestión de la calidad, como prácticas de dominación y de control de los trabajadores, “prácticas que sobrepasan el marco del management y configuran un discurso que contribuye a mercantilizar nuestro mundo social” ... Este discurso … se asienta sobre principios tan simples como “la calidad es cosa de todos” (o la obligación inevitable de participar), “la mejora continua” (o más precisamente definido, el principio de la mejora continua de la productividad en la organización, pero no de las condiciones laborales –o sociales- de los sujetos que la conforman), y el trabajo en equipo (o el principio de vigilar y controlar a los iguales)” (1).

3. Lo asombroso, y aquí la actualidad del texto de La Boétie, es contemplar cómo todo el mundo, desde los gestores en nuestras administraciones hasta los responsables de las organizaciones sociales, corre a ponerse en manos de estas agencias evaluadoras sin ninguna crítica. Al contrario, estamos a un paso de que haya que pasar un examen previo para conseguir ser admitidos a la evaluación. Como dijera La Boétie: “A penas puede creerse la facilidad con que el vasallo olvida el don de la libertad, su apatía en recobrarla y la naturalidad con que se sujeta a la esclavitud, que se diría que no ha perdido su libertad sino ganado su esclavitud”. El joven Etienne lo entiende así: “Llego ahora a un punto que es, a mi parecer el principal secreto y resorte de la dominación, el más grande apoyo y fundamento de la tiranía. El que cree que las alabardas y los esbirros salvan a los tiranos, en mi concepto se equivoca grandemente… El que pretenda desenvolver esta madeja, verá que seis mil, y aún cien mil y millones, concurren de acuerdo, formando una cadena ininterrumpida que da fuerza al tirano, … no queda nadie sin participar del botín o por lo menos del reparto ... Así el tirano sojuzga a unos súbditos por medio de otros. También lo dice así: “En suma, los favores y beneficios que prodigan los tiranos se dirigen únicamente a aumentar el número de quienes consideran provechosa la tiranía, en términos que pueda rivalizar con el de los amantes de la Libertad” (2).

4. La verificación acerca de lo que es más conveniente y lo mejor, el interés por desentrañar cómo está hecho y por establecer cómo hacerlo correcta y pertinentemente, es un interés propio de la hechura de lo humano, tan propio como el rigor que conviene a semejante tarea, rigor que debe impedir tomar determinados atajos, en este caso el de pretender convertir nuestra práctica en las instituciones en un asunto de manual, bajo esta tendencia que Jacques Alain Miller retrata como la pasión norteamericana del “how to: “cada cosa en el mundo, cada actividad en el mundo es susceptible de tener un “how to”, cómo hacerlo… Se puede tener un cómo conducir un automóvil, pero de allí a saber cómo conducirse con los hombres, con las mujeres, con los niños, con los astros, con sí mismo, con el cuerpo… Es la formalización generalizada” (3). El discurso de la gestión de la calidad toma en este plano una dimensión chabacana y chapucera, es decir, avanza a toda máquina. No es verdad que quiera saber, quiere imponerse. Otro frente, en realidad, el mismo.

Notas:

1. Joaquín Navajas. De la calidad de vida laboral a la gestión de calidad. Una aproximación psicosocial a la calidad como práctica de sujeción y dominación”. (Tesis doctoral) páginas 12  y 434. El número de las páginas corresponde a la numeración del texto, diferente a la numeración del documento tal como se puede consultar en:
2. Étienne de la Boétie, Discurso de la servidumbre voluntaria.  Editorial Tecnos. Madrid 2010.
3. Jacques-Alain Miller, Estructura, Desarrollo e Historia. GELBO, Santa Fé de Bogotá 1998, página 41.


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