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martes, 22 de noviembre de 2011

Mesa 4 - Invención mejor que servidumbre




II FORO: LO QUE LA EVALUACIÓN SILENCIA
 "Las Servidumbres Voluntarias"


MESA 4: Invención mejor que servidumbre. Coordinada por Fernando Martín Aduriz

El ojo del amo engorda el caballo. Emprender u obedecer esa es la cuestión. (sin texto)
José María Pérez "Peridis"
Literatura y época (sin texto)
Ignacio Echevarría
Prensa y política, una relación no del todo confesable
José María Crespo
Servidumbre voluntaria: ¿cangrejo ermitaño o cangrejo herradura? (sin texto)
Juan Carlos Rodriguez
Notas sobre el insulto como modo de la política
Miriam Chorne





José María Crespo. Director de Relaciones Institucionales de PÚBLICO
Prensa y Política: Una relación no del todo confesable

El título de esta mesa redonda es la definición perfecta del conjunto de relaciones que se forjan alrededor de los políticos y los periodistas. Cada uno en su papel, e incluso cruzándose en algunas ocasiones para invadir la misión del otro, representantes de los ciudadanos y encargados de trasladarles la información mantienen desde hace siglos un matrimonio indisoluble en el que el amor, el odio, las pasiones y los secretos subyacen bajo las informaciones que cada día son publicadas en los diferentes medios de comunicación.
Porque a nadie se le escapa que el político no cuenta todo lo que sabe, ni el periodista escribe todo lo que llega a sus oídos. En la administración de esa  información, de los tiempos y la coyuntura adecuada reside la verdadera maestría de unos y otros para conseguir sus objetivos.
Si los intereses de los políticos están íntimamente relacionados con el poder y su mantenimiento gracias al apoyo de los ciudadanos, en los medios de comunicación la cuenta de resultados es una espada de Damocles a la que nadie puede ser ajeno en la estructura del medio. Cierto es que la jerarquía dirigente en la redacción intentará preservar por todos los medios a sus redactores de la “contaminación” que supone en el proceso de informar el hecho de pensar en la inversión publicitaria, pero obviar este pequeño detalle sólo llevará a los periodistas a hacerse trampas al solitario. El medio de comunicación precisa de ingresos para subsistir y cumplir con su misión de informar, y a veces esa misión entra en conflicto con los intereses económicos que pueda tener la empresa editora. ¿Qué cómo se solucionan habitualmente estos conflictos? Mal. Para que nos vamos a engañar. Quizás también esa sea la esencia de la profesión periodística, destinada a entregar la espada cuando tiene delante una batalla que no puede ganar.
En la relación con los políticos, estos siempre recurrirán a la presión extrema para evitarse informaciones que pueden perjudicarles a ellos directamente o al partido al que se deben, y en ese juego entrarán los intereses económicos sin remedio. Hay que decir que los periodistas no han hecho mucho por formar líneas de frente claras y concisas. Quizás estemos ante una de las profesiones peor articuladas a nivel sindical y asociativo y, pueden preguntarle a cualquier profesional, de entre las menos solidarias entre compañeros del gremio. Estos agujeros siempre han sido aprovechados por aquellos que han pretendido quebrar la firmeza de un director o redactor, laminando sus apoyos en la cúpula empresarial del medio y dejando que los silencios habituales de la profesión hagan el resto por abajo.
Pero cuidado. No querría que de mis palabras se trasladase que siempre son influencias ajenas las que llegan hasta los periodistas. Como decía al principio, en muchas ocasiones han sido estos los primeros en traspasar todas las líneas rojas para querer hacer el trabajo de los políticos, trasladando a la sociedad unos nuevos roles que muy pocos entendían. El periodista-político, erigido en la atalaya de su influencia y fama, sobrevive a los gobiernos de uno y otro signo, y pretende que el inquilino de La Moncloa se incline ante su innegable poder ganado por la confianza de… ¿300.000 ciudadanos?
Porque no nos equivoquemos. En el fondo, la influencia de la profesión periodística es cada vez menor. Podemos echarle la culpa a las nuevas tecnologías, que permiten que cada persona pueda generar opinión y ser expandida a los cuatro vientos, o a esas prácticas que laminaron la credibilidad de los medios gracias al periodismo de trinchera. Hoy día, la inmensa mayoría de las personas ven a los medios de comunicación como una prolongación más de los partidos políticos, y en muchas ocasiones no les falta razón. Hay cabeceras que pagan ese precio sin merecerlo, y otras que lo llevan a gala, sin esconderse. Esto último, con todos los respetos, devuelve a los periódicos o medios a sus orígenes como panfletos de los partidos políticos. En todo caso, un retroceso innegable que todos los que nos dedicamos a esto terminaremos pagando.
Además, en el lado del político no deja de haber periodistas que administran y gestionan la relación del partido con sus colegas en los medios. Estas dos ramas de la profesión son, según a quién se pregunte, lados blanco y negro del mismo trabajo. Evidentemente, la percepción cromática cambia si el consultado trabaja en un gabinete de prensa al servicio político, o si se trata de un periodista que lanza sus dardos desde una redacción. Muchos han hecho viaje de ida y vuelta, y siguen cruzando la línea sin problema, porque, tal y como comentábamos antes, ésta es cada vez más fina y los intereses en muchas ocasiones son los mismos. A pesar de todo, debe seguir diferenciándose claramente la labor del que se dirige a los ciudadanos a través de un medio de comunicación, y el periodista que gestiona las relaciones e información que se suministra desde la política. Siendo hermanos de sangre, cada uno debe su lealtad a diferentes misiones.
Para terminar, no me gustaría dejar de hablar de un tema que nació en las redes sociales impulsado por diversos periodistas y directores de medios de comunicación, sobre la polémica generada por las ruedas de prensa sin preguntas. “sinpreguntasnocobertura” es el nombre de la campaña-manifiesto, al que se han adherido profesionales, cabeceras e incluso las Facultades de Ciencias de la Comunicación de las universidades españolas. Se trata de un ejemplo más de cómo el poder político come terreno a los periodistas, aprovechando los flancos más débiles de una profesión tan fragmentada como es espectro político al que tanto se critica. Una rueda de prensa sin preguntas no es una rueda de prensa. Cualquier político puede comparecer ante los medios de comunicación para hacer una declaración sin preguntas, y está en su perfecto derecho de hacerlo. Quizás el problema venga del abuso. Hace pocos días asistíamos a la noticia, porque se convirtió en la verdadera noticia, de cómo Mariano Rajoy concedía su primera rueda de prensa en Madrid con permiso para que los periodistas pudiesen hacer preguntas. Al calor de la victoria todo es más sencillo, pero no parece procedente ni un ejemplo para profundizar en nuestra democracia, ahora que está tan de moda y estamos tan cerca de la Puerta del Sol, que los políticos no se sometan a un ejercicio de control más, como hacen en el Parlamento, delante de los periodistas.
Las relaciones entre periodistas y políticos seguirán siendo complicadas, porque tanto periodistas como políticos anhelan los focos, cada uno a su manera. El periodista será el primero que aconsejará a un político no ofrecer una rueda de prensa, si él puede tener la exclusiva para su propio medio bajo su firma. Y además está bien, porque ese es su trabajo y la lealtad para quién le paga la nómina. Los demás podrán citar su información al día siguiente, aunque ésta es otra práctica poco extendida en la profesión. El político tiene un deber para con los ciudadanos, y los periodistas realizan una labor de intermediación en ese caso. Pero cuidado: el deber del político no es para con los periodistas. Confundir estos términos lleva en muchas ocasiones no saber qué lugar ocupa cada uno en el juego diario, y muchos periodistas de este país se han creído incluso por encima de los políticos en no pocas ocasiones.
Cuando eso ocurre, no se quiere superar al político; se quiere pasar por encima de los ciudadanos.
Quiero terminar diciendo que quizás esta rueda de relaciones que se genera entre la política y el periodismo sea una de las cosas que más salsa le dé a la vida en ambas actividades. No me gustaría dejar un saber amargo en nadie, ni pecar de pesimista. Si todos somos conscientes del lugar que ocupamos, una ocupación tan digna como la política convivirá de forma perfecta un una profesión tan ilustre como el periodismo. Todo lo que no llega a las páginas de los diarios se convierte tarde o temprano en magníficos libros, porque si de algo se está seguro cuando se habla con un periodista, es que tarde o temprano terminará contándolo.
Muchas gracias.

 



Miriam  L. Chorne . Psicoanalista                    
NOTAS SOBRE EL INSULTO COMO FORMA DE LA POLÍTICA

“La parte que le corresponde al significante en la política – al significante del no, cuando todo el mundo se desliza hacia un consentimiento innoble -nunca ha sido estudiada todavía.” (Jacques Lacan, Seminario V, Las formaciones del inconsciente, cap. XXVI.)

Quiero hablarles de cómo la degradación general de la política propia de nuestra época ha culminado en estos últimos años en España en una forma de la misma que lejos de confrontar programas, o al menos ideologías, supone que los electores se avengan a una servidumbre voluntaria consistente en entregar su voto en las fechas en que se los convoque para hacerlo. Después deberán dejar que los políticos utilicen esos votos a su arbitrio para ejercer el gobierno sin tomar en consideración ni las necesidades ni los deseos de sus representados.
     Así la ideología neoliberal parece dirigir la economía globalizada sin mayores diferencias en cuanto a la adscripción nominal del partido en el gobierno: de izquierdas o derechas. Lleva a su vez a los gobiernos a una obediencia a los mercados que se ven de este modo transformados en una suerte de dioses exteriores que marcan las políticas posibles. A los gobiernos en impotentes subordinados de esos mercados. Y a los representados cada vez más a experimentarse como totalmente distantes de lo decidido por sus gobiernos.
     La política queda en esta perspectiva reducida cada vez más a una cuestión de imagen en la que la injuria dirigida al adversario coadyuva a que el que insulta aparezca como dueño de la escena a la vez que de sí mismo. En las últimas elecciones, las del 22 de mayo, por ejemplo, unos acusaban a los otros de corrupción, o de deslealtad económica hacia España y los otros los acusaban de despilfarro, o de ser incapaces de tomar las medidas requeridas por la situación económica o por el paro, según conviniera.
    El insulto como arma política no se reduce a la mera función expresiva ni tampoco a su acto sino que debe pensarse por las consecuencias que se buscan, en particular el efecto que produce sobre el público que es testigo de él. Este enfoque de la lingüística pragmática al que se refiere un trabajo de una psicoanalista argentina, Graciela Musachi (1), se enriquece al considerar los personajes a los que concierne la injuria como mensaje, utilizando el modelo freudiano de “El chiste y su relación con el inconsciente”:
-         el que injuria (emisor)
-         aquel al que se habla (destinatario)
-         el injuriado, aquel del que se habla (referente)

     En la escena política encontramos a menudo este tipo de insulto, (configurado por los tres personajes) en el cual si la injuria tiene un referente, el destinatario es un tercero. En el caso que nos interesa es el público de los medios (¡cuántas veces sólo se busca un buen titular de prensa!).
    En esta injuria, el emisor elige un rasgo del referente que es rechazado en relación al reconocimiento de la propia imagen. Esta especificidad puede ser verdadera o falsa (y el referente carecer del rasgo en cuestión) pero ?oh misterio! el insulto es igualmente efectivo. V.G los rasgos ofensivos atribuidos a los inmigrantes por algunos políticos europeos que buscan contentar a los votantes más xenófobos en una peligrosa escalada racista.
    T.Todorov (2) muestra con precisión en qué sentido todo chiste implica el triángulo al que antes nos referimos, y en el que el referente -el personaje objeto de risa- está ausente o ignora lo que se dice de él. Precisamente esa ausencia o ignorancia se transforman en presencia en el insulto. Bastaría que el chiste hostil se hiciera en presencia del referente para que se convierta en insulto. Este factor es homólogo al del saber (el insultado no puede ignorar lo que de él se dice en la prensa).
    En el texto que comienza con nuestro epígrafe, Lacan se refiere a la blasfemia como una modalidad propia de la neurosis obsesiva, aunque más allá de ella sin duda aparece cada vez que la injuria se constituye como un juramento en que el anhelo recae sobre el emisor. Así, algunas de sus características, en particular el ejercicio de la destrucción, no están sólo correlacionadas con una determinada estructura clínica sino que son extensivas a una forma de “hacer política” desvelando a su vez su mecanismo.   
     Asimismo, Lacan relaciona la estructura obsesiva con un modo particular de configuración del deseo en función del papel precoz que en él ha jugado lo que Freud llamaba Entbindug la desunión de las pulsiones, el aislamiento de la destrucción. Toda la estructura del obsesivo está determinada por el hecho de que el primer acceso a su deseo pasó por el abordaje de   ese deseo como algo que se ha de destruir: se le presentó como el del rival y el sujeto respondió al estilo de aquella reacción de destrucción que subyace a su relación con la imagen del otro, que lo desposee y lo destruye. El acceso a su deseo por parte  del obsesivo queda afectado por esta marca que hace que todo acercamiento al mismo lo haga desvanecerse.
    A continuación Lacan subraya que en las fórmulas obsesivas, que son fórmulas verbales, se trata de una destrucción completamente articulada. Lo que constituye su esencia y le da su poder fenomenológicamente angustiante es que se pone en juego una destrucción mediante el verbo. Esta destrucción que tradicionalmente se conoce como mágica es, subraya, en realidad verbal, y dentro de esta categoría destaca una forma singular que es la blasfemia. Lacan la define como la caída de un significante eminente – que está en relación con aquel significante supremo llamado el Padre. Y Dios está en relación con la creación significante misma, dimensión en la que se sitúa el blasfemo – en la categoría de objeto. El blasfemo identifica el logos con su efecto metonímico, lo degrada, lo hace bajar un punto. Ilustra este mecanismo con el  episodio en que el Hombre de las ratas, el célebre paciente de Freud, que aún no tenía cuatro años insulta a su padre llamándolo Tú mantel, tú plato, etc. Se trata de una colisión del Tú esencial del Otro con ese efecto venido a menos de la introducción del significante en el mundo humano que se llama un objeto, y especialmente un objeto inerte, objeto de intercambio, de equivalencia. La letanía de sustantivos movilizada en la furia del niño lo indica suficientemente: se trata de hacer descender al Otro a la categoría de objeto, de destruirlo en tanto Otro.  
    Aunque esta observación no constituye la respuesta completa a la cuestión del sacrilegio verbal que se constata en el obsesivo nos ha parecido suficiente en cuanto  a poner de manifiesto un procedimiento más o menos general por el cual el falo como significante del deseo del Otro es devaluado.
    Asimismo y más allá de la estructura obsesiva nos ha parecido desvelar la utilidad de esta forma de “hacer política”: también en el insulto político se consigue una degradación del Otro volviendo innecesario tomar en consideración sus posiciones que son desdeñadas a favor de un rechazo masivo e indiscriminado. Se lo rechaza como Otro transformándolo en objeto.
    Hace unas semanas la sociedad española en general y los políticos en particular se encontraron con la sorpresa de un espontáneo y compartido estallido, no sólo de indignación popular sino también de celebración colectiva. El desconcierto inicial de los partidos tradicionales a una semana de las elecciones fue mayúsculo ¿A quiénes iba a beneficiar? Por primera vez vi a Esperanza Aguirre presidenta de la comunidad de Madrid nerviosa y crispada. Ella que podía bajar de un helicóptero que acababa de precipitarse a tierra sin despeinarse y que hacía gala de ese poder, regañaba a los concentrados ¿Por qué no se manifiestan en Ferraz o en la Moncloa?
     Inmediatamente y aún sin saber de qué se trataba se comenzó a hablar de  los “antisistema”, también a transformar el “Indignados” en el ultraje: “Indignos”.
     A otros, en cambio como a mí, nos sorprendió gratamente. Entonces, no era verdad como habíamos creído que no habría ninguna respuesta a la crisis económica y social que padecíamos desde 2008, y sobre todo no era verdad que no se respondería a la falta de políticas adecuadas, justas, por parte de los gobiernos y de los políticos. Entonces, el denuedo con el cual el neoliberalismo había continuado presentando al capitalismo como una forma de organización económica y social “natural” y por lo tanto imposible de cambiar, no se había constituido en la mentira que por repetida pasa por la verdad.
     Preocupación que acompaña con insistencia a quienes vemos como la vida política actual parece confirmar el teorema que formuló en 1922, William I. Thomas y que expuesto sucintamente se formula del siguiente modo: si las personas definen una situación como real (aunque no lo sea), la situación será real en sus efectos (3).
     Con el transcurso de los días ha ido apareciendo que más allá de los resultados finales de la convocatoria un gran número de gente estaba de acuerdo en las críticas manifestadas por los concentrados, no precisamente gente que pudiera considerarse “antisistema”.
     Para terminar quisiera referirme a una irónica nota sobre el arte de injuriar escrita por J.L.Borges: “Un estudio preciso y fervoroso de los otros géneros literarios, me dejó creer que la vituperación y la burla valdrían necesariamente algo más. El agresor (me dije) sabe que el agredido será él, y que “cualquier palabra que pronuncie podrá ser invocada en su contra”, según la honesta prevención de los vigilantes de Scotland Yard. (...) Ella se disipó cuando dejé la complacida lectura de esos escarnios por la investigación de su método.
      Advertí en seguida una cosa: la justicia fundamental y el delicado error de mi conjetura. El burlador procede con desvelo, efectivamente, pero con un desvelo de tahúr que admite las ficciones de la baraja, su corruptible cielo constelado de personas bicéfalas. Tres reyes mandan en el póker y no significan nada en el truco. El polemista no es menos convencional.”
      Tras numerosos ejemplos de los procedimientos utilizados para la denigración literaria Borges concluye “Repito lo formal de ese juego, su contrabando pertinaz de argumentos necesariamente confusos.”
       Les recomiendo calurosamente el texto, que es muy divertido y que figura en la Historia de la eternidad lamentablemente no puedo hablarles más que de su final, por la brevedad que se nos ha reclamado. Borges transmite que “A un caballero, en una discusión teológica o literaria, le arrojaron en la cara un vaso de vino. El agredido no se inmutó y dijo al ofensor: Esto, señor, es una digresión, espero su argumento.”


(1)   Musachi, Graciela “Mr. S. Pickwick y el insulto en la nueva linguística” en Pos o CPC Ciencia, política, clínica, Grama ediciones, Buenos Aires, 2003.
(2)  Todorov, Tzvetan,    Teorías del simbolismo (Apéndice: Freud sobre la enunciación), ed. Monte Avila, Caracas, 1981.
(3)  citado por José Nun en “Ni gotea, ni derrama”, publicado en La Nación, Buenos Aires, 2011.
  




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