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martes, 22 de noviembre de 2011

MESA 6. Pensamiento en acción.



II FORO: LO QUE LA EVALUACIÓN SILENCIA
 "Las Servidumbres Voluntarias"


MESA 6. Pensamiento en acción. Coordina Miquel Bassols

¿Es el resentimiento la ira del esclavo?
Germán Cano
La evaluación de calidad en la enseñanza. Experiencias de un régimen político
Wenceslao Galán

Sostener la presencia
Amador Fernandez-Savater (sin texto)
El goce de la evaluación
Joaquín Caretti




Germán Cano. Filósofo
¿Es el resentimiento la ira del esclavo?

Probablemente, llame la atención que una intervención sobre las relaciones entre resentimiento y servidumbre voluntaria comience con la corrosiva fábula creada por Luis Buñuel en El ángel exterminador, una película que muchas veces ha servido para satirizar las consecuencias del aislamiento y el recelo solipsista del hombre contemporáneo. Les recuerdo la trama argumental: un grupo de miembros de clase alta se prepara para pasar una plácida velada en una lujosa mansión mientras los criados la abandonan misteriosamente. Este dato no es irrelevante: son los burgueses y el mayordomo (por supuesto, bien educado, según él mismo reconoce con orgullo, por los jesuitas y que siempre actúa con la obediencia de un fiel servidor de sus señores), los únicos que tienen problemas a la hora de salir al exterior. Después de la cena, anfitriones e invitados pasan al salón donde, sin razón alguna, permanecen varios días sin poder salir. Nada parece aparentemente impedir su marcha, pero ensimismados en patéticas y grandilocuentes reflexiones egocéntricas, todos parecen pasar por alto la solución más sencilla: atravesar la puerta y salir al exterior.
Esta situación podría ser interpretada como una caída mítica, pero también, como se reparará enseguida, como un “miedo a la impropiedad de la comunicación”. Por ello, quizá lo primero que nos llama la atención, de entrada, es cómo Buñuel nos muestra que el problema de este singular “encierro” no es tanto el error de estos individuos (¿no es la solución del problema extraordinariamente obvia?), como una determinada lógica estúpida: lo que les encierra es la mezquindad y ruindad del apego de la clase media-alta a lo que podríamos llamar la dogmática racionalidad de su espacio interior, su “espacio doméstico”. Ensimismados, los personajes se definen por sus superficiales monólogos y por su mutuo desconocimiento narcisista de lo que les ocurre a los demás.
Aquí hay que mencionar un segundo hecho. No es casual que el encierro se desarrolle como una situación de peste. El interior está contaminado en un nivel en el que no es posible para los “encerrados” ninguna confianza ingenua en el medio. El punto de partida de la incomunicación de los personajes es su total desconfianza recíproca y hacia cualquiera atmósfera común, como si pese a estar físicamente juntos, psicológicamente no respiraran el mismo aire. Paralelamente, es este recelo el que oscurece la grosera simplicidad del mundo, oscurecido y bloqueado como objeto de conocimiento y de acción. Pese a que la histeria, el hambre, la suciedad, la enfermedad y las luchas agravan la situación, los prisioneros, autoencerrados en una especie ficticia de cárcel imaginaria (o romántica: Buñuel muestra con sorna el suicidio de una pareja), siguen sin ser capaces de salir del círculo vicioso de su confinamiento.
Y por último, y más importante para lo que nos ocupa, nótese cómo, en tercer lugar y como dato fundamental, la paulatina frustración ante la imposibilidad de salir les lleva a los habitantes a dar rienda suelta a su resentimiento buscando un chivo expiatorio. La opacidad de la situación se descarga antes en diversos culpables y conjeturas conspirativas que en impulsar cualquier esfuerzo de cooperación o de ilustración racional de la situación.
Buñuel, en resumen, está describiendo un tipo de mezquindad, un desprecio hacia la esfera de lo común que transforma el malestar colectivo en un asunto personal, individual, doméstico. Los sujetos son incapaces de salir al exterior porque no saben encontrar otra salida a su impotencia más que encerrándose a sí mismos frente a lo exterior. De ahí que no tarden mucho en interpretar la situación en términos paranoicos o como la “lucha de unos contra otros”.
Ahora bien, ¿por qué no logran ver una solución tan simple? Tal vez, si sólo por un momento, como comentaba con sorna Buñuel, hubiesen intentado por una vez comunicarse entre sí y dejar sus monólogos, hablar sobre su realidad común, habrían podido salir de su estúpido aislamiento y ser capaces de hacer algo. En una entrevista acerca de la película, el cineasta aragonés afirmaba: “En la sociedad humana de hoy, los hombres cada vez se ponen menos de acuerdo, y por eso combaten entre ellos. Pero ¿por qué no se entienden?¿Por qué no salen de esta situación? En la película es lo mismo: ¿por qué demonios no llegan juntos a una solución para salir de la casa?”
Por decirlo de forma sintética, la ironía del “hechizo” que padecen los habitantes de la casa de Buñuel es que no pudiendo salir de sí mismos, tampoco pueden salir al exterior. Cuanto más valoran el mundo desde su yo aislado, más pierden el mundo y se repliegan paranoicamente frente a él. No es casual que un comentarista como Fredric Jameson haya reparado en que esta situación pueda contrastarse con el modelo psicoanalítico de la neurosis. Este retorno de “lo mismo” incapacita para toda experiencia fructífera de lo nuevo y “aprisiona al yo dentro del yo, atrapado por su terror a lo nuevo e inesperado, llevando su mismidad dondequiera que vaya […]”.
Al mostrar pues que no hay cárcel más temible que la que el sujeto –aún de forma idealista- construye respecto a sí mismo para inmunizarse frente a un afuera, Buñuel se hace eco de un problema que nos interesará para comprender una de las posibles coordenadas ideológicas del mundo contemporáneo: la lógica del resentimiento como hechizo mítico, como recaída en la necesidad. Una dinámica psicosociológica ciega y repetitiva que, como se analizará, a diferencia de lo que piensa el discurso aristocratizante despectivo de las masas, no es tanto causa como síntoma, no tanto dato psicológico natural como efecto de relaciones de poder concretas que endurecen los cuerpos y purifican las posibles atmósferas sociales y materiales hasta el punto de reducir la potencia de contagio político-social de la vida a un unidimensional modelo disciplinario de corporalidad, inmunidad e intimidad.

Wenceslao Galán. Profesor de Filosofía en la Universitat Oberta de Catalunya.
“La evaluación de calidad como régimen político”.

Tesis / Resumen:
La Evaluación de Calidad es un discurso que se extiende con fuerza por los centros de enseñanza, en todos sus tipos y niveles. Bajo la retórica de la nueva gestión empresarial –proyecto, equipo, liderazgo-  la Evaluación modula de hecho un régimen político inédito, esencial a la nueva forma de capitalismo, y que conforme a cierta línea de pensamiento crítico calificamos como “fascismo posmoderno”.
En definitiva, los sujetos inscritos en ese régimen –profesores y alumnos, sobre todo- viven sometidos a un estado de movilización total, cuyo motor es la fuerza coercitiva de la obviedad –las imposiciones del sentido común- y cuya condición, ella misma inexpresable, es la reducción o el silenciamientodel propio sujeto.
El autor presenta en su intervención tanto una conceptualización crítica del fenómeno como una significativa experiencia personal en centros docentes afectados por el régimen de la Evaluación de Calidad.

Guión:
Cuando la realidad se vuelve inmanejable. No sabemos cómo entrar en relación con el otro, con el aula, con el acto de enseñanza. La institución se ha desvanecido. La relación se carga de miedo, angustia, ansiedades.

La realidad impone el deber incondicional de cuidar –de sí y del otro- y la necesidad radical de elaborar: ¿Qué pasa aquí? ¿Qué es esto? ¿Qué hacemos?

Falla el paso a la elaboración. No se da el espacio social y político adecuado –ámbito que de suyo debe ser “tomado”, como la plaza... En su lugar, y como “alternativa siniestra”, comienza la lógica fascista: hacer algo todos, ponerse en marcha, movilizarse. Una lógica que conjura el impasse de lo político.

¿Qué hacer? Un imaginario común, fascinado por la ilusión –“visión y misión”- de sí mismo. Investidos por el deseo narcisista. Poner en marcha un centro de Calidad reconocida socialmente. ¿Quién otorga el reconocimiento? “Misterio del ministerio”: quién tiene el poder social para emitir certificados de calidad. Estatuto de las “empresas” de calificación (certificado ISO, SPG, etc.); híbrido de estado y mercado.

Manos a la obra: la objetivación delirante. Estandarizar todos los actos de discurso del proceso educativo; por tanto, formalizar y tipificar todos los gestos que tienen lugar en la relación intersubjetiva. Violencia y tragicomedia de la objetivación delirante. Erradicar el “habitus”, reducir al sujeto, neutralizar la vida. La fantasía concentracionaria.
Única consistencia material del proceso: la burocracia. La burocratización delirante. Valor del acuerdo, el registro, el acta, la modelización. Paroxismo del delirio: la Programación.  Miseria de la pedagogía.

Medios sin fin. El procedimiento como sentido absoluto. La máquina burocrática parasita la actividad docente. Excedente parasitario: gestores, coordinadores, auditores. Razón instrumental y nihilismo.

El drama del sujeto. Inducción del funcionamiento paranoico: la falta respecto a la imagen delirante es impagable. La demanda infinita, la deuda crónica. Figura del “Auditor Inminente” (K.)

El régimen del “equipo” y el aislamiento como efecto irreversible. Ideología y dramatización del profesionalismo. El Otro como tribunal.  Una escena paradigmática: “la comunicación de buenas prácticas”.

Reticencias al régimen. La obviedad como principio de movilización –enseñanza de calidad, objetividad, proyecto común, etc.- Sentido común y necedad.

Cambios en la ordenación y uso del espacio. Anulación de los espacios de comunicación no funcional, de intersubjetividad, de humanidad. De nuevo, la fantasía concentracionaria.

Un régimen insoportable. La realidad acaba ganando. Malestar y resistencia en el sujeto: la enfermedad, la baja laboral. Hablar por nosotros y entre nosotros: el paso a la elaboración como acontecimiento de lo político.


Joaquín Caretti Rios. Psicoanalista. Médico.
 “El goce de la evaluación”

Si no estamos convencidos del emplazamiento al que estamos sometidos por la evaluación y al que está sometida Europa y el mundo, pensemos por un instante en lo que nos sucede como país. Percibimos la tiranía que imponen los mercados sobre la política y sobre las poblaciones. Estamos pendientes de la evaluación numérica  que hacen unas agencias evaluadoras, las cuales  han estafado con sus calificaciones y a las que nadie evalúa. De ellas depende nuestra economía ya que su estimación es tomada en cuenta por los mercados y éstos dictarán sentencia. Pero ¿quiénes son “los mercados”? No se sabe, hay un  anonimato generalizado: sin rostro, sin nombre, sin localización. Los gobernantes se entregan a sus exigencias,  se someten a su valoración y deciden sus políticas según la cuestionable lógica de ¡hay que satisfacerlos y calmarlos! Dependemos de unas agencias evaluadoras que, anudadas a los mercados, piden cada vez más: más ajuste, más reforma laboral, más privatizaciones, más seguridad jurídica: es una boca que no se sacia. ¿Puede haber más ignominia que este esquema? Estamos ante la presencia de un superyó feroz cuya mirada, siempre observante, atenaza a los políticos y a los ciudadanos. 
Del extraordinario texto de Étienne de la Boétie, el “Discurso de la servidumbre voluntaria”, quiero rescatar el párrafo siguiente: “(…) ver a un millón de hombres servir miserablemente, con el cuello bajo el yugo, no forzados por una fuerza mayor, sino de algún modo (eso parece) como encantados y fascinados por el sólo  nombre de uno, del que no deben ni temer su poder, pues está solo, ni amar sus cualidades, pues es con ellos inhumano y salvaje.”[1] Y, a su vez, destacar dos palabras que usa para describir la posición subjetiva con relación al Amo: encantados y fascinados. Es decir que, en 1553, La Boétie descubre en la subjetividad un gozo que deviene de estar en una posición de servidumbre. Pudiendo ser libre, sin embargo, encuentra una satisfacción en la sumisión al nombre de Uno. Rechaza la libertad. Y, aún más: “Es el pueblo el que se subyuga, el que se degüella, el que pudiendo elegir entre ser siervo o ser libre, abandona su independencia y se unce el yugo; el que consiente su mal o, más bien, lo busca con denuedo”[2]
¿Puede nuestro pensamiento aceptar esto? ¿Cuál sería el beneficio que el sujeto obtendría de una posición de sumisión a un nombre, es decir a un significante que se transforma en Amo? ¿Cómo puede ser que consienta en su  mal?
Sabemos, desde la revelación freudiana, que el sujeto tiene una herida, una división de su subjetividad que no le permite sostener una identidad consolidada consigo mismo: hay lo que Jacques-Alain Miller llamó “la paradoja del Otro interior” que agita la vida y el cuerpo de los hombres con sueños, fantasías, sufrimientos, actos involuntarios, deseos, síntomas, mostrando, de este modo, su desamparo existencial.  Es Otro al que estamos sujetados tanto como lo estamos al lenguaje. Es un Amo interior del cual el sujeto no quiere saber nada y pretende disfrazarlo bajo el manto de una sojuzgamiento exterior formulado como “es el otro el que me impide”, lo cual lo desresponsabiliza de los hechos de su existencia. Por ello, cualquier proyecto político emancipatorio debe tomar en cuenta esta fractura subjetiva y sus consecuencias sintomáticas. Por otro lado, es en este hiato subjetivo donde un significante del Otro vendrá a dar un poco de consistencia al sujeto. Son significantes que ordenarán la precariedad y el desamparo. Es entonces, a partir de esta herida, que debemos pensar la función que el Amo tiene y el gozo que puede provocar que un Otro exterior al sujeto ordene el mundo, aún a costa de una posición de servidumbre. Esta es la  paradoja: por un lado el Otro sojuzga y por el otro, al nominarlo, le da al sujeto un ser en el mundo. La servidumbre voluntaria es, entonces, la consecuencia lógica de la estructura subjetiva que se maneja mejor con un Amo que con una libertad de la cual no quiere saber, ya que, dicha libertad, implica una imposibilidad que limita cualquier ilusión de completud o de felicidad, que es lo mismo. Es sólo a partir de la aceptación de un límite, un “yo soy eso” y de vislumbrar que es posible una relación diferente con el Otro interior, que puede el sujeto salir de la servidumbre para recorrer el camino de su deseo. Su libertad será querer lo que desea.
Es en este contexto donde podemos pensar el lugar que la evaluación, como propuesta del discurso dominante, tiene hoy en día. Es necesario recordar que la evaluación se ha convertido en una parte central de los mecanismos de control social. Desarrollada bajo la ideología de la eficacia y la productividad, de la rentabilidad inmediata, el discurso cuantitativo-utilitario se extiende a todo lo que toca. Es en realidad una máquina de homogenización subjetiva. Todos estamos emplazados a ser evaluados, somos mercancía evaluable. La evaluación se sostiene en el ideal de la existencia de una norma creada ad hoc por la metodología estadística. Es el reino de la cifra donde todo es mensurable, convirtiéndose en el nuevo paradigma de la sociedad globalizada. Se busca llegar al cero defecto donde quedaría eliminada la contingencia. La cifra es la nueva garantía del ser: ser, hoy, es ser contable y contado. La idea de calidad total como una mejora continua es la puesta en acto de las exigencias del superyó que se vuelven en contra del propio sujeto evaluado. ¿Qué lugar para las cualidades del sujeto? ¿Por qué se consiente a esta lógica superyoica? ¿Por qué, si como dice La Boétie, “es una desgracia extrema estar sujeto a un Amo”? Creo que se consiente porque la evaluación se sostiene en una promesa de inclusión en el campo de lo universal. Es una operación de nominación y reconocimiento que se afirma en un acto de donación de un sello, de una marca, que cae al lugar del desvalimiento subjetivo y, al mismo tiempo, es una operación de velamiento del Otro interior del que venimos hablando. El sujeto queda acreditado y, por lo tanto, incluido, en un conjunto. Este es el momento donde emerge el goce bobo del ser como todos, la fascinación que detectó La Boétie, la felicidad de haber entrado en la norma. Momento donde se consuma el ideal del mercado y muere la posibilidad de la política, sea en el campo de lo social o en el campo del síntoma. Finalmente tenemos al hombre mercancía trabajando en una operación contra sí mismo. ¿Será posible la construcción de un proyecto de emancipación subjetiva y social donde lo Común no implique necesariamente el olvido de la subjetividad y la imposición de un Amo? 


[1] Boétie, Étienne de la. Discurso de la servidumbre voluntaria. Madrid, Trotta, 2008, p. 26.
[2] Ibídem, p 29.





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1 comentario:

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